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Voces y cantos de la melancolía


Silvia Yulmaneli Moreno León


“[…] El dolor te ha descompuesto y te ha desfigurado / temblando por la

estridencia de todas las melodías, / arpa de cuerdas rotas, tú – pobre corazón-, /

donde crecen las flores enfermas de la melancolía.” Crepúsculo, Georg Trakl.


I

La muerte, la locura, la ansiedad y la melancolía, términos aplicados a distintos malestares del alma humana, que pueden manifestarse en diversos actos cuyo principio y fin siempre es el mismo, expresar la pesadez de haber nacido humano. Escuchar a los que sufren este tipo de dolencias, conducirá a comprender un aspecto sustancial olvidado: la enfermedad mental puede ser definida y determinada por características comunes en todos los casos, pero sus reacciones y los actos performáticos que emanen de ésta, son distintos y diversos como la humanidad misma.

II

Sobre estos padecimientos, se han escrito diversos tratados y estudios, uno de estos textos que resulta sustancial para comprender el alma de un melancólico es Anatomía de la melancolía (1621) del inglés Robert Burton. En este libro, se encuentran muchas claves e imágenes sobre aquellos seres tristes y las causas posibles de su amargura; explica que una de las causas de su angustia es la idea del futuro, las reflexiones emanadas de ésta, la muerte; otras son la pérdida de un ser querido, el amor y lo religioso; así como hace una declaración trascendental, “nadie puede curarse a sí mismo”; ya que cuando no se tiene una perspectiva real sobre el sí mismo, los otros y el contexto que rodea, difícilmente podrá tenerse conciencia de las enfermedades de la psique.

Burton define a la melancolía como silenciosa a diferencia de la locura, a la cual entiende como un desvarío intenso sin fiebre, que es mucho más violento que la locura, que se encuentra “lleno de ira, voces, miradas horribles, acciones, gestos que perturba a los pacientes con mucha más vehemencia tanto en el cuerpo como en la mente” (Burton, 2015: 64).

El filósofo inglés explica que, el temor y la tristeza no son síntomas comunes a todos los melancólicos, algunos pueden estar angustiados pero no tristes y otros, todo lo contrario. Los preocupados de todo, se caracterizan por temer, por ejemplo, que el cielo se les caiga en la cabeza, otros de estar heridos o poder estarlo, de que una enfermedad mortal los aqueje en algún momento de sus vidas o que este daño se produzca en sus seres más queridos. Los temores que describe Burton en su libro, siguen estando presentes en los hombres y mujeres que padecen algún trastorno psiquiátrico, así que los testimonios y actitudes de ciertos pacientes de años anteriores a 1621 (año en que fue publicado el libro), son tan actuales, así como la necesidad de algunos médicos de dar respuesta y ayudar con la disminución de estos síntomas que aquejaban a los enfermos. Entre tanto, puede notarse también que las terribles penas que embargaban a estos humanos de antaño no han sido superadas, sino que se han adaptado a nuestro tiempo, pues a pesar del avance tecnológico y científico, siempre existirá el temor a la muerte propia o de un ser querido, a las enfermedades físicas, a las catástrofes ambientales, a la perdida de estabilidad económica, o simplemente al futuro incierto.

III

No hay remedios mágicos para curar este mal que aqueja a los seres humanos, quizá desde que notaron lo efímero de su existencia y de los suyos. La melancolía arraigada, no tiene cura, afirma Burton, ya que según las indagaciones que hizo en los escritos de varios filósofos, entre ellos a Montano, cuyo texto Pro Abbate Italo cita en su estudio sobre dicha enfermedad y expone que ésta normalmente acompaña hasta la tumba, y aunque la labor de los médicos pueden suavizarla, y con ello, permanecer oculta durante un tiempo, no pueden curarla, sino que se volverá más violenta y aguda que al principio. Parece ser que la melancolía va mermando poco a poco a quien la sobrelleva, ya que los diversos sueños, pesadillas, fantasías y recuerdos, pueden dirigir al individuo a un grado de inconciencia total, semejante al que pueden provocar las drogas, donde la lógica de la conservación de la vida se ve sobrepasada por la del placer o la del temor, eliminando cualquier barrera que podría proteger la integridad del sujeto.

A propósito de los recuerdos, y del trastorno que se posea, en algunos sujetos que presentan TLP (Trastorno Límite de Personalidad), pueden presentarse como si se pudiera tocarlos, es decir, como si un día por la mañana se camina por un sendero y, algún elemento del lugar llevara a ese momento donde se espera al tren para trasladarse a Berlín, se siente entonces, la misma emoción que en ese instante; o dependiendo de la memoria, la misma tristeza y ansiedad atroz de cuando el amado tan amado, dijo que llegaría 5 minutos después de las 3 horas que ya se había estado esperando; aparece el brote, y como lo explica Owen Milgrim (Jonah Hill), en la serie Maniac, la paranoia y el enojo guardado se hacen presentes en gritos y arrebatos, el sujeto es tomado por su inconsciente durante el brote psicótico; pero previamente de ello, antes de que se pierda el control, existe un parpadeo, algo que indica que se está a punto de desaparecer, en el caso de Owen, son las palomitas de maíz; pero para cada uno, la locura, así como la muerte, parafraseando a Cesare Pavese, tiene una mirada.

Afectados por la bilis negra y quizá por la influencia de Saturno, “la imaginación inquieta y débil, en ellos anula el esfuerzo de la razón” (Verlaine,1972: 60), quienes padecen alguna enfermedad o personalidad de esta naturaleza, transfiguran y deforman todo, como lo haría un miope cuando intenta enfocar algún objeto del que solamente puede percibir siluetas engañosas. No hay lugar seguro para estos seres, ni siquiera en el amor. En algunas ocasiones, éste causa sufrimientos profundos o alteraciones peligrosas para quienes padecen melancolía “que el amor no admite cuerdas reflexiones”, nos recita Rúben Dario al oído, mientras se permanece inmóvil mirando al ser querido: “señora, Amor es violento, / y cuando nos transfigura / nos enciende el pensamiento” dice, mientras resolvemos que no hay escapatoria, ni recinto de salvación para los melancólicos de razón nublada.

Peter Sloterdijk en Estrés y libertad (2017) habla de los factores que pueden llevar a un sector de la humanidad a pensar que no hay salida para sus males, es decir, cuando el yo individual se ve sobrepasado por lo social, ya que, aunque la tristeza y el estrés pueden tener síntomas genéricos, es muy distinto tener como únicos predicamentos los factores biológicos que perjudican el entendimiento, como la falla de algunos neuroreceptores, a diferencia de, y agregando que, saberse angustiado por no tener una calidad de vida asegurada, es decir, un trabajo digno, momentos de recreación, comida, salud; en ambos factores influye el elemento de la desesperanza, sin embargo en cada uno convergen diversos fenómenos que propician un desenlace fatal; algunos pueden tan absurdos que él individuo, por su sensibilidad, llevó al límite, o tan complejos como los que condujeron a Li Ming, obrero chino de 31 años, a arrojarse desde la ventana de la fábrica donde laboraba como un esclavo, donde el amor, la alegría y la dignidad humana parecen cosas extrañas, ajenas.

IV

En la cocina hay olor a gas, lanzarse por la ventana, acostarse a dormir sobre las vías del tren, como lo haría “el hombre delgado que no flaqueará jamás”, Pedro Casariego Córdova, en 1993, ya no cuenta ovejas, hoy duerme en paz, son algunas de las maneras en que, distintos personajes han decidido poner fin a una enfermedad psiquiátrica que los aqueja. La fascinación, como el morbo que rodean el tema puede llegar a romantizar un acto cuyos orígenes son sumamente profundos, cargados de meditaciones incesantes, sobre el cómo, el cuándo llevar a cabo este último acto. “La habitación de una suicida es como cualquier otra, aunque pretendamos pensar siempre lo contrario”, asegura de manera incesante la poeta nicaragüense, Alejandra Sequeira, para que los espectadores no teman acercarse a uno de los lugares íntimos de quién ha decidido acortar las veredas para volver a la tierra. Recolectar los testimonios de poetas suicidas y de los suicidas en general, llevaría a hacer tomos interminables donde a pesar de la especificidad, sería imposible abordar el tema con todas sus aristas y detalles significativos.

En algunas ocasiones ocurre el milagro de que el sujeto que se encuentra bajo los influjos de un malestar psiquiátrico, puede agudizar su talento para expresar las emociones más hondas que lo afectan y, si se cultiva este talento, asemejarse a la definición del poeta que describe el filósofo danés, Søren Kierkegaard en la primera página de Diapsálmata “¿Qué es un poeta? Es un hombre desgraciado que oculta profundas penas en su corazón, pero cuyos labios están hechos de tal suerte que los gemidos y los gritos, al exhalarse, suenan como una hermosa música” (Kierkegaard, 1996: 51).

Nombres de poetas, artistas, músicos resuenan en la mente. De los últimos mencionados, algunas melodías tristes retratan el hondo pesar que llevan consigo. Voces que cantan desde el desgarro, Jeff Buckley, Mark Linkous, Elliott Smith aparecen las imágenes, Buckley entrando al Río Wolf mientras canta “Whole Lotta Love”, Linkous apuntando a su corazón con una escopeta y a Elliott en una ensordecedora escena, clavándose un cuchillo de cocina en el mismo lugar que Linkous, mientras su novia se encuentra en una habitación contigua, There’s the moon asking to stay / long enough for the clouds to fly me away / well it’s my time coming, i’m not afraid to die, asevera el cantautor de Grace.

Apreciar el canto de estos artistas, entender sus angustias manifestadas en la obra que dejaron, es una labor que sin duda debe contener un grado de sensibilidad alta para comprender con claridad cada palabra, sonido, color y tono que emane de la mente de estos humanos, cuya razón de ser y continuar se encuentra apoyada, en muchas ocasiones, de los efectos que produce la generación de obras artísticas, que sirven de catarsis para sus tormentos, así como son catalizadores de la intensidad de sus emociones.

V

Desde aquel día me trajeron para acá, será porque no me dejaba rasurar, canta Saúl Hernández, sobre las lógicas de un loco, que se encuentra, quizá como José María Panero, en el oscuro jardín de un manicomio. Hablar de enfermedades mentales, conlleva también a detenerse a mirar a las instituciones que se encargan de “curarlas” o tratarlas para evitar que produzcan estragos.

Elementos de horror llenan el imaginario sobre los centros psiquiátricos, no únicamente para los que no padecen de una personalidad que distorsiona lo cotidiano, sino para los que la sufren; allí en esos sitios de olvido, donde quieren ocultarse a los inadaptados a las lógicas sistemáticas con que la sociedad se rige, permanecen los soñadores de realidades alternas, los desequilibrados, los sensibles a los cambios de cualquier tipo, los observadores minuciosos del pasado, del presente, y del futuro.

Según la clase social, las instituciones encargadas de restablecer la salud mental pueden ser casi paradisiacos por su cuidado y limpieza, como en el que estuvo Susana Kaysen, de Girl interrupted, o terribles desde el momento de la entrevista donde se te pregunta: “¿Usted desea ser madre?”, “¿qué posiciones sexuales prefiere?” y al no contestar, colocan en el expediente “juicio carente”. En casos más terribles, están llenos de imágenes como las que Panero carga su libro Poemas del manicomio de Mondragón (1987), “un loco tocado de la maldición del cielo / canta humillado en una esquina/ sus canciones hablan de los ángeles y cosas / que cuestan la vida al ojo humano / la vida se pudre a sus pies como una rosa / y ya cerca de la tumba / pasa junto a él / una princesa (Panero, 1987: 7). En estos sitios se anula a quienes no pueden seguir el ritmo que la posmodernidad exige, pero donde la sociedad, puede ocultar su desnudez.

Aplicando a los hospitales psiquiátricos el ejemplo que Walter Benjamin usa para hablar en Calle dirección única (1928), sobre la indulgencia de los berlineses para los indigentes, a los aquejados con ciertas condiciones psicológicas, se les otorga un tratamiento médico pero no humano, esto para tranquilidad de la sociedad, pues considera que la necesidad ha sido cubierta, de un modo o de otro.

A través de la institución médica se han formulado mecanismos que invalidan los juicios de estos seres, con la intención de mantener ocultos a los seres melancólicos que viven aquejados por distintas pesadillas y recuerdos, que son presentados bajo su lógica, como realidades inexorables y, que representan el reflejo de la fragilidad humana.

VI

Como consideraciones finales añado que esta no es una apología sobre la locura, la melancolía y el suicidio, sino que por lo contrario, es un apunte sobre marginal sobre el tema, dentro del gran libro donde se encuentran clasificados todos los dementes y seres con tristeza aguda, cuya danza y escenarios cotidianos se asemejan al butoh japonés.

Lo que debe reflexionarse es la mirada desde la alcantarilla y no desde la autoridad que categoriza, y vuelve objetos a los sujetos que sufren de manera crónica los embates de una enfermedad metal. Una visión del mundo, diría Pizarnik, donde “la rebeldía consiste en mirar una rosa hasta pulverizarte los ojos”, pues no hay mayor acto subversivo que sentirlo todo en diferentes matices, enfrentarse a ello y sobrevivir, o por lo menos, trascender mediante el acto de la creación artística, científica, pero sobretodo humanista.




Fuentes bibliográficas

Burton, Robert (2015) [1621]: Anatomía de la melancolía. Madrid: Alianza Editorial.

Kierkegaard, Søren (1996): Estudios estéticos I (Diapsálmata. El erotismo musical). Málaga: Editorial Librería Ágora.

Panero, Leopoldo María (1987): Poemas del manicomio de Mondragón. Madrid: Hiperion.

Sloterdijk, Peter (2017): Estrés y libertad. Argentina: Ediciones Godot.

Trakl, Georg (2006): Sebastián en sueños y otros poemas. Madrid: Galaxia Gutenberg.

Verlaine, Paul (1972): Antología poética. Barcelona: Editorial Bruguera.

Fuentes dígitales

Darío, Rubén (2008): “Que el amor no admite cuerdas reflexiones (A la manera de Santa Fe)” En: Poesía en español < https://www.poesi.as/rd189903.htm > (15 de mayo de 2019).

Sequeira, Alejandra (2016): “Los cuerpos”. En: La piraña < https://piranhamx.club/index.php/quienes-somos-2/la-nave-de-los-locos/itemlist/user/288-alejandrasequeira> (4 de abril de 2019).

Autora

Silvia Yulmaneli Moreno León. (1993-) Zolotepec, Estado de México. Licenciada en filosofía por la UAEMEX, autora de Pizarnik: el frenesí hecho poesía, compilación de poemas de Alejandra Pizarnik, colección: El alba dorada, editorial Norte / Sur, Toluca, México.

Imagen: Jr Korpa on Unsplash


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