Maritza Alexandra Rodríguez Acevedo
Hace dos días que nadie sabe nada de Victoria. La última vez que la vi había bebido tanto que no podía ni sostenerse en pie. Quiso hablar conmigo en un par de ocasiones, intentando articular palabras coherentes. Yo la evadía cada que esto pasaba. Conversó con diferentes personas a medida que avanzó la noche, chicos en su mayoría. Salí a eso de las 3 a.m. Ella también estaba fuera. Su compañía era un hombre robusto casi diez años mayor. Él besándola con desesperación, ella al borde de la inconsciencia. Hicimos contacto visual, agaché la mirada y seguí mi camino.
La policía ha venido hoy a mi casa. Me cuestionan sobre lo que sé. No sé nada, sólo que estaba acompañada. Me interrogan insistentemente, parecen tener más información que yo, saben de nuestra pasada relación y el largo historial de peleas, violentas en su mayoría. Parece ser que ella llegó a decir muchas cosas de mí a sus amigas.
La relación fue peculiar desde sus inicios. En el último año de bachillerato fue ella quien se acercó a mí. Frente a la clase, confesó que había estado enamorada desde hace tiempo y me besó. No respondí nada, aunque tampoco negué el beso. Podría decirse que comenzamos a salir a partir de entonces. No sabía cómo rechazar una oportunidad que todos los chicos buscaban, mis amigos me hubieran llamado loco de haber sabido los pensamientos que rondaban por mi cabeza; pero es que esa chica no me provocaba nada.
Su carácter era volátil, estallaba en ira o llanto por las razones más simples. Sus actitudes infantiles demandaban atención todo el tiempo. Sus celos constituían la mayoría de los problemas y sus rabietas siempre dejaban víctimas, un cristal, una vasija, libros tirados por el suelo con las hojas arrancadas. Lo que terminaba por sacarla de quicio era mi impasividad ante su comportamiento, mientras se empecinaba en gritarme, esperando una reacción de mi parte, yo ignoraba todo lo que ella decía.
Una noche más agitada de lo común, finalmente la dejé. Estalló en furia, acusándome de tener a otra chica. Luego lloró, se arrodilló, suplicó patéticamente para que no la dejara. Al ver que nada de esto funcionaba, amenazó con suicidarse si me atrevía a cruzar la puerta.
―Hazlo, no tienes el valor ―le dije mientras me iba sin siquiera mirarla.
Ilustración Fernando Rodríguez
Fui insensible, pero estaba seguro de que no lo haría.
Encontré a sus amigas un par de días después en una tienda de autoservicio, no parecía casualidad. Hablaron de ella, de lo insensible que había sido y lo mal que la estaba pasando desde nuestra ruptura. Fingí no escucharlas, pagué mi compra y me retiré. Mentiría si digo que no había vuelto a oír de Victoria a partir de entonces, intentó contactarme por todos los medios. No hace falta decir que ninguno de ellos resultó, me mantuve firme. Haberla visto en aquella fiesta pudo tampoco ser una coincidencia.
―Joven, la imagen que nos retrata de Victoria, obsesionada, buscándolo por todas partes, coincide exactamente con lo que las amigas de la desaparecida hablan de su persona ―menciona uno de los oficiales―. Ellas aseguran que fue usted quien no pudo superar la ruptura.
―Sabe cómo son las mujeres, oficial, la chica seguramente no quería admitir ante sus amigas sus actitudes tan infantiles, por lo que decidió retratarme a mí como el malo de la historia, debe saberlo, pasa siempre ―el policía asintió―. Además, todos vieron que fue Victoria quien dio el primer paso en nuestra relación, yo ni siquiera estaba interesado, ¿por qué actuaría de la manera que ellas dicen?
Mis respuestas no les llevan a ninguna pista, pero los dejan satisfechos. Me descartan automáticamente. Un chico serio, de buenas notas y excelentes referencias debe estar diciendo la verdad. No había tampoco ningún antecedente penal o de violencia que encendiera alguna alarma. Se van. Tengo una hora y media libre antes de regresar a trabajar. Enciendo el televisor. El telediario de mediodía, noticia de última hora: el cuerpo de Victoria Soto fue encontrado a las afueras de la ciudad; aparentemente, la chica, en estado de ebriedad, decidió terminar con su vida lanzándose desde el puente sobre río, la autopsia muestra que la causa de muerte se debió al fuerte impacto de su cabeza contra el agua.
«Qué extraño», pensé, «juraría que estaba muerta cuando arrojé su cuerpo del puente». Enseguida la sección de deportes aparece, dejando la noticia anterior en segundo plano, después de casi diez años el equipo regional es campeón, sin duda habrá una gran celebración en todo el pueblo.
Maritza Alexandra Rodríguez Acevedo (Zacatecas, México, 21 de abril de 1998) es estudiante de la licenciatura en Letras de la UAZ. Ha participado como conductora en los programas radiofónicos universitarios Certezas & Paradojas y Palabras de Cantera y Plata. Ha publicado en revistas como El Mentedero, La Sílaba, Nudo Gordiano, Toxicxs, Licor de Cuervo, el blog literario Las sin sostén y la Antología de Autores de la Región Centro Occidente. Actualmente realiza sus prácticas en la editorial zacatecana Texere
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