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Vergonzantes del desagüe: Dios tiene tripas. Meditaciones sobre nuestros desechos

Arnoldo J. Gómez García


Es el año de 1973. George Perec publica un ensayo en una revista. Su reflexión sondea una minucia que ya no era tomada en cuenta. “¿Aproximaciones a qué?”, más que un texto me parece un fósforo que aguarda —el presente ineludible de lo cotidiano, tiempo y espacio ideal del género ensayístico— para incendiarse en pocos segundos; una forma olvidada de ver el mundo, apenas recordada y tan necesaria.

Ahora no es momento para inquirir demasiado en Perec ni su texto, pero creo oportuno recuperar sus dudas. “Cómo hablar de estas «cosas comunes», cómo asediarlas, cómo hacerlas salir, arrancarlas del caparazón al que están pegadas, cómo darles un sentido, una lengua: que finalmente hablen de lo que existe, de lo que somos”[1] . Emerge de ello un mutismo por parte de los hablantes. La volatilidad en ese “cómo” evoca el incendio en que se convierte su repertorio literario, un cuestionamiento que conquista espacios de lo cotidiano gracias a la palabra. Aunque no he leído ningún testimonio que lo confirme, no dudo que Laura Sofía Rivero enfrenta al mundo como Perec y encuentra una respuesta —o una forma de discutir, chamuscar lo cotidiano— en cada uno de sus libros, desde sus Retóricas del presente (2016) hasta la Tomografía de lo ínfimo (2018). No menos propone Dios tiene tripas. Meditaciones sobre nuestros desechos (2021), galardonado con el Premio Nacional de Ensayo Joven José Luis Martínez 2020.


Conformado por 11 ensayos que tienden a la experimentación formal —una parodia a la taxonomía de géneros literarios, una burda guía para el turista del baño público, un retorno a la perspectiva infantil de nuestras babas y mocos—, un prefacio y un “Registro de usuarios” —o agradecimientos e inspiraciones literarias—, este libro es un carnaval de fluidos, porquerías y sensaciones de las entrañas. Similar al agua que se remueve al jalar la palanca del excusado, cada meditación gira en espiral para bocetar otro perfil de las excreciones. Desde el comienzo, la ensayista destaca la unión “irremediable” o natural que tenemos con la caca, la diarrea, la orina, las flatulencias, el baño privado o público, el cuerpo y la sociedad.

La propuesta que permea los ensayos es contrariar el asumido “mal gusto” y el tabú: “La escritura de lo asqueroso es difícil de digerir. ¿Por qué querríamos leer sobre suciedades si con ahínco fabricamos eufemismos, escondemos desagües bajo el piso y diseñamos casas que separan los desechos?” (Rivero, 2021, p. 13). Detenerme a referir una a una las meditaciones de lo “asqueroso” sería contravenir el asombro y la gracia con que Rivero juega en este libro. Presenciamos un humor escatológico y cargado de ingenio, de esparcimiento con el lenguaje que refresca los lugares comunes. Por ende, uno de los grandes aciertos de la autora es que libera al máximo la palabra. Confronta la (auto)censura de temas “delicados” o “incómodos”, a la vez que festeja y aplica la capacidad de la escritura para matizar lo repugnante. Así, tenemos vivaces descripciones de lo visceral desde el primer ensayo: “El intestino vibra, punzan las paredes del colon. De nada sirve apretar y aferrarse al ideal de la continencia: ningún esfínter resiste los embates de la marea excrementicia. El cuerpo es una fortaleza endeble” (p. 17). Luego se suceden otras variaciones corporales, sensoriales e interiores. Dios tiene tripas es una sinfonía descriptiva y sonora de las entrañas.

Si “nadie puede eximirse del gobierno de las tripas”, ¿por qué nos asedia el repudio, si como parte del reino animal existe en nosotros una necesidad fisiológica que libera? Lo irracional de la moderación intestinal devela y acerca a las personas a sus vecinos, que por lo común consideramos inferiores, y a sus desechos, repulsivos. El lenguaje, de nuevo, permea nuestra visión del mundo, matiza jerarquías y perfuma hedores. Mediante las “metáforas orientacionales”, la autora efectúa comparaciones entre lo que somos y lo que no. “Entre más cerca de la cabeza está un sonido, pareciera no solo más controlable sino aledaño a lo humano y no a lo animal. Los ruidos que provienen de más abajo son peores porque se tiñen de un hálito salvaje” (p. 69). Entonces el tabú se engendra en el decir eufemístico, en el intento de maquillar la naturaleza personal. Nos perturba recordar que, a pesar de todo, seguimos siendo animales.

Equilibrado entre la digresión y el enfoque, la narrativa ficcional, la anécdota íntima o secreta y la argumentación con datos duros y ejemplos literarios e históricos, eficiente en su deyección mental al trasvasar la hoja en blanco, el libro hace que me pregunte qué me distingue de mis conciudadanos del reino al que pertenezco. En ese momento las barreras se deshacen. Ilógico es que cobren por desahogar la vejiga y den míseros e insuficientes trozos de papel. Es un contrasentido negarse a usar el baño público por desconfianza al otro, evitar ponernos “la máscara de los lugares públicos que disimulan el encuentro de los cuerpos: la posibilidad de ser todos y nadie, si acaso, una presencia” (p. 80). Pero Rivero incide profundo en el tema con constantes alusiones a quienes, anónimos o no, hacen que seamos unos y no otros, los encerrados en el tocador o los que recién entran. Porque en los microcosmos del retrete también se propaga la humanidad, una forma de cultura y todo el conocimiento colectivo.

Contra natura es la vergüenza, madre del pudor, del tabú y el miedo al otro. A partir de Adán y Eva, como la autora menciona, las personas arrastran un problema ilógico, similar a la roca de Sísifo: la culpa por ser cuerpos y liberar su interior, sus murmullos y fluidos. Las meditaciones invitan al lector a reconocer el peso de su piedra vergonzante, su absurda carga de pecados. Como Perec, Laura Sofía Rivero se cuestiona lo que somos mediante una de nuestras aristas, las necesidades del baño. Nombra, da consistencia al tabú, muestra lo acallado, nos refleja. Semejante al del autor francés, el fósforo de esta ensayista propone el incendio desde lo habitual. Y creo que eso es la literatura, un incendio de lo cotidiano: purga, disipa, consume, pero libera, atrae y concentra la esencial humanidad.


Rivero, L. S. (2021). Dios tiene tripas. Meditaciones sobre nuestros desechos. Fondo de Cultura Económica.


[1] Para ahondar en ejemplos del asedio a las “cosas comunes”, así como para hallar este texto de Perec, véase Sánchez, Mauricio y Zanella, Jacobo (Eds.). (2018). Lo infraordinario. Narraciones alrededor de Georges Perec y la búsqueda literaria en lo cotidiano. Gris tormenta.



Arnoldo J. Gómez García es estudiante de Lengua y Literatura Hispánicas de la UV. En 2021 fue becario del 13° Curso de Creación Literaria para Jóvenes de la FLM. Es cofundador y director del colectivo interdisciplinario y artístico universitario Colectivo Nähui, enfocado en la promoción cultural de Naolinco, Veracruz.


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