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her, una historia hipster sobre el amor wireless

 

Lino Monanegi

 

A HAL 9000


La relación que el hombre tiene con el mundo y sus objetos ha trazado el camino evolutivo de éste, desde que abandonó las cavernas llevando a cuestas el primer dispositivo móvil del que tenemos constancia: un pedernal con un filo. Este peregrinar de la especie se extiende hasta nuestros días; incluso es fácil pronosticar que así será en el futuro. Estaremos pues acompañados, todos los días y todas las noches, de objetos y herramientas con las que la humanidad se ha ayudado adaptar durante casi doscientos mil años.

La revolución industrial en el siglo XIX detonó el avance tecnológico de nuestra civilización, la maquina deshizo nuestras limitaciones físicas y más tarde las intelectuales, con ella recorrimos grandes distancias, devorando leguas en la menor cantidad de tiempo, y luego cuando creímos que no podíamos llegar más lejos, conquistamos los cielos y nos propulsamos más allá del firmamento. Después de dos siglos de vertiginosos cambios, políticos, sociales, científicos y tecnológicos, llegamos al nuevo milenio repletos de novedades.

El futuro se encuentra lleno de nuestras preocupaciones presentes, y el cine ha dado cuenta de ello. Las narraciones futuristas pueblan nuestro quehacer en el séptimo arte, quizá la juventud de esta nueva forma de narrar, siempre vanguardista, es propicia para recrearnos en un mañana a veces próspero y, otras, adverso: distópico. Sin embargo, parece que, durante los últimos años, y en gran medida consecuencia de ser testigos del cambio de siglo y milenio, nos hemos vuelto más cautelosos a la hora de proyectarnos más allá de lo contemporáneo. Puede ser parte del desencanto de no ver el cielo poblado de coches voladores, y el de no usar ropa totalmente sintética con colores psicodélicos. Sea cual sea la razón, el futuro actual se plantea inmediato, pretende pasar inadvertido dentro de lo cotidiano, de esto se me ocurren ejemplos como las películas Moon, de Duncan Jones (2009), Eva, de Kike Maíllo (2011) o la estadounidense Robot & Frank, de Jake Schreier (2012). En todas, con una estética similar, de corte “independiente” y distribución comercial, se recrea un futuro mesurado, sin mayores artificios. Parece ser que nuestras previsiones se fincan, como he dicho antes, en un presente donde la tecnología forma parte ya de nuestra forma de aprehender el mundo.

La película her (así con hache minúscula), de Spike Jonze (2013) es la historia de Theodore Twombly (Joaquin Phoenix), un hombre abatido por el fracaso de su matrimonio, quien paradójicamente trabaja confeccionando conmovedoras cartas en una compañía: BeautifulHandWrittenLetters.com; que al parecer tiene la noble misión de proveer los servicios de escribientes profesionales. Twombly con sus pantalones high-waisted, y sus camisas y abrigos a tono con el filtro de la cinta, habita en un laberinto de edificios donde la masa de urbanitas se desplaza sin llegar a ningún lugar; es uno más, completamente solo. Hasta que conoce a Samantha (Scarlett Johansson), su nuevo sistema operativo: una voz en off con la cual interactuar, capaz de empatizar con el usuario. Salvando las distancias de toda índole, una especie de Siri o Alexa, quien a través de la experiencia va evolucionando y volviéndose más compleja a nivel emotivo y congitivo. La relación entre usuario y dispositivo se va disolviendo y da paso a la amistad, al afecto y, luego, al amor; no olvidemos que a pesar de todo, ésta es una historia de “amor”, por poco convencional que nos parezca, con un dejo sofisticado de erotismo, lo mismo que de desazón; similar en tono a Lost in traslation, de Sofia Coppola (2003).

Los Angeles de Jonze no es tan futurista como la Ridley Scott en Blade Runner (1982); sin embargo, no deja de cautivarnos en planos donde el espacio habitado se corresponde con los personajes, brindándonos un todo de significación emotiva y simbólica. No es extraño reconocer en el director estadounidense un pleno dominio en trasmitir emociones a través de la imagen y sus colores; en her unas veces cálidos y otras fríos. Lo que sí sorprende es la solvencia con la que Spike Jonze escribió y montó sin Charlie Kaufman, guionista de sus éxitos más conocidos: Being John Malkovich (1999) y Adaptation (2002); lo que lo hizo acreedor, hace diez años, al Globo de Oro por mejor guión y la nominación al Oscar, también por mejor guión original. Además de esto, hay que reconocer que tiene un buen oído lo mismo que buen ojo, quizá cualidad desarrollada producto de su trabajo como director de videos musicales, pues el tema principal co-escrito por Jonze y Karen-O, sin duda, es un plus al filme, que a pesar de su manufactura holliwoodense no suspende la nota, sino todo lo contrario, y da cuenta, sin pretensiones, que Spike Jonze es capaz de sintetizar lo mejor y lo peor de la industria cinematográfica estadounidense bajo su sello autoral, que va desde su labor como productor, director, guionista e incluso como actor.[1]

Con fuertes reminiscencias a HAL de 2001: A Space Odyssey (Stanley Kubrick, 1968), Samantha nos recuerda más al robot de compañía de la anteriormente mencionada Moon: GERTY; o al androide de la también referida Robot & Frank; sin embargo, habría que considerar que her se abreva de la tradición de filmes como Grandeur nature, de Luis García Berlanga (1974), No es bueno que el hombre esté solo, de Pedro Olea (1973) o Lars and the Real Girl, de Craig Gillespie (2007). Las tres con personajes masculinos solitarios, con carencias afectivas, que van dando cuenta del devenir sentimental del otrora “sexo fuerte”. Aunque los anteriores tres filmes tengan como anécdota central (visto superficialmente) la relación de hombres solitarios con muñecas de “tamaño natural”, anatómicamente correctas como en la literatura se las planteó Horacio, el protagonista de Las Hortensias de Felisberto Hernández, la relación que existe con la cinta de Jonze es innegable al advertir que sus personajes centrales son incapaces de sobrellevar relaciones afectivas convencionales, esto por un mal de amores no curado o por un hecho más complejo como es la dificultad de vivir y comunicarse en las sociedades modernas. Estos hombres, al margen de la figura estereotípica de la masculinidad, sostienen afinidades afectivas abstractas que en el fondo autosatisfacen sus aflicciones sentimentales en una especie de onanismo emocional. En her se complejiza al emparejar al protagonista a la intangible Samantha, que a diferencia de una Real Doll,[2] es capaz de interactuar de manera independiente y de erotizar con algo más erógeno que el cuerpo: la voz y la palabra, sobre todo con esta última. No obstante, Theodore Twombly no es el único ser solitario cautivo en la insularidad del hombre contemporáneo; quizá en el fondo Jonze apuntó con her a nuestra ineptitud a la hora de relacionarnos en un mundo, que a pesar de encontrarse más conectado que nunca, se encuentra, hoy por hoy, más incomunicado.

 

 

 


Lino Monanegi estudió Lengua y Literatura Hispánicas en la UV. Fue beneficiario del PECDA Veracruz en la categoría Jóvenes Creadores y becario de la FLM. Sus poemas se han publicado en revistas y suplementos culturales, como Laberinto, de Milenio.


[1] Spike Jonze, además de director, ha sido productor de Jackass: The Movie, de Jeff Tremaine (2002); ha actuado en películas como The Game, de David Fincher (1997), o en The Wolf of Wall Street, de Martin Scorsese (2013), donde actúa como un corredor de bolsa cuyo negocio es vender acciones a centavo.

[2] Las Real Doll son muñecas sexuales, replicas en tamaño y forma del cuerpo femenino, elaboradas con silicona. Fueron creadas por Matt McCullen y son manufacturadas en el estado de California (E.U.A) por la compañía Abyss Creations.

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