Evaluna Pereyra Eufrasio*
A mí lo que me interesa es la posibilidad
de hacer reversible el proceso por el que la
energía del poeta se concentra en el poema.
Salvador Elizondo
El diálogo debe tener una condición intrínseca al ser, sirve como un hilo forjador de lazos entre los hombres, comulgar y comunicar provienen de la misma fuente: comunicare. El diálogo no es posible sin la existencia del otro: así entender su realidad funciona para delimitar la identidad propia, definirnos por lo que no somos a través de aquello que reconocemos y desconocemos. La traducción participa en este proceso como un catalizador o un mediador para develar las particularidades de las naturalezas distintas: la traducción nos permite comulgar, comunicar. ¿Pero acaso en eso reside su esencia?
Walter Benjamin en el principio de su ensayo “La tarea del traductor” problematiza la función de la traducción: pretende determinar si su valor esencial recae en su tarea de acercamiento al receptor o, por el contrario, al considerarse como una “reproducción” debe mantenerse fiel al principio del texto original. Así a lo largo del ensayo realiza una serie de discrepancias en torno a tal cuestión, las cuales sirven como soporte para mi reflexión.
Determinar el principio estético de una obra literaria requiere remontarnos a las reflexiones del Círculo de Praga sobre la naturaleza de su materia prima: el lenguaje; Jakobson pone en evidencia un hecho: la conformación de las estructuras enunciativas se dará según la finalidad comunicativa dominante, es decir que el tejido de un mensaje se devela a partir de un para, que a su vez determina el cómo. Siguiendo esta línea, la literatura tiene como función predominante la función poética; ésta fija al mensaje como finalidad[1], el cómo deberá establecerse del mensaje por el mensaje mismo: el propósito es llevar al lenguaje a una sublimación, a una explosión creada a través del juego con la disposición y ordenamiento de las palabras. Conviene preguntarse entonces ¿cuál es la función comunicativa que domina en la traducción, y sobretodo en la traducción de literatura?
Traducción es acercamiento, es el intento por asir y entregar una realidad ajena, traducir requiere de un principio de transformación, siempre llevando implícito en su quehacer un otro: otro sistema, otra cultura, otro receptor. Otro apenas perceptible en el acto de creación, por ende quizá convenga tacharlo de poseer una naturaleza egoísta; la diferencia esencial reside, entonces, en el origen del camino: en el por qué. Sin embargo como menciona Paz (1971), si el acto creador debe considerarse como un camino de ida, la traducción bien puede valer como un camino de vuelta, de vuelta a la fuente: al objeto estético. Y desde ahí trasciende, tal como si fuese casi una tarea prometeíca, una vez conocida la fuente el traductor se apropia de ella, la transforma para poder entregarla.
Comprensión y producción: ejes sobre los que se construye la traducción. El primero necesita de una potencia interpretativa, el segundo de una creativa. En la obra Traducción y traductología se distingue al traductor general del traductor literario: la tarea aunque en esencia no sea diferente, sí lo es la naturaleza de los aspectos que atienden. Para traducir es necesario conocer la lengua, la cultura, la época: códigos indivisibles de todo acto comunicativo; para traducir literatura se deben tomar en cuenta a los paradigmas estéticos como una serie de códigos[2] adicionales cuyo desdoblamiento y traslación de un sistema a otro (de una lengua a otra), necesitan un traductor que cuente con competencias adicionales concernientes al quehacer literario: dominio de figuras retóricas, conocimiento de los valores fonéticos así como tener en cuenta su relevancia en un nivel semántico, por otra parte debe saber los subcódigos que configuran los géneros literarios. ¿Es entonces la traducción, y en específico la traducción literaria un acto comunicativo centrado en los códigos?
Teorías modernas[3] apuntan que esto puede ser cierto, pues mantienen que la especificidad de la traducción recae en la traslación de mensajes entre sistemas de códigos, por ello no es imposible hablar de una traducción intrasemiótica en la que la naturaleza del lenguaje emisor y receptor no es la misma. Sin embargo al reflexionar un poco más las lenguas tampoco deberían considerarse como sistemas iguales. En ese sentido hago hincapié en la importancia de una cooperación interpretativa con el texto en el momento de traducir, es decir esta tarea requiere una inmersión completa en los códigos fuente para llegar a externarlos en un sistema de naturaleza, análoga pero, distinta. Considero entonces que la función dominante sea la metalingüística pues concierne a la reflexión de los códigos, el traductor se empapa de un código ajeno y lo define a partir de otro con características análogas, es decir a través del intercambio de términos y principios configuradores: búsqueda de equivalencias, recuperación de sentido y formas.
Ilustración 1. En naranja el proceso de traducción.
No obstante la traducción no permanece ahí, fluye hasta convertirse en un producto distinto: la metamorfosis sucede en búsqueda de una no dependencia, así se convierte en un objeto hecho a imagen y semejanza del original, aunque jamás igual, pues una vez identificados y reconstruidos los códigos ausentes para transformarlos en una materia distinta, el traductor tendrá que renunciar a la recuperación de una totalidad original, o recordando la reflexión de Walter Bejamin, el traductor deberá rescatar la esencia original. Ante esto considero prudente, añadir que no debe perderse de mira el valor “esencial” de la traducción, para ello rescato palabras de Traducción y traductología:
Se traduce porque las lenguas y las culturas son diferentes; la razón de ser de la traducción es, pues, la diferencia lingüística y cultural.
Se traduce para comunicar, para traspasar la barrera de incomunicación debida a esa diferencia lingüística y cultural; la traducción tiene pues una finalidad comunicativa.
Se traduce para alguien que no conoce la lengua y generalmente tampoco la cultura
La traducción debe regirse por dos principios: el propio y el ajeno, ya que entre ambos determinarán su forma. Aunque Benjamin también insiste en negar el valor del contenido: “Su esencia [la de la obra literaria] no es informativa, ni es un mensaje. Sin embargo, aquella, traducción que sobre algo se propone informar no podría comunicar sino información, es decir, lo no esencial.” el sentido y la forma conforman una unidad atómica: un principio indivisible. Procurar rescatar el qué y el cómo: tarea ideal.
No es fortuito contar con el término de lector ideal como aquel capaz de asir la integridad de un texto; el traductor primero deberá ser un lector ideal capaz de vislumbrar relaciones in ausentia, para después reconstruirlas con una materia prima de naturaleza distinta: la traducción se convierte en una tarea de re-construcción, re-creación, re-producción, cada re marca un acto de repetición, de intensificación, de un movimiento en sentido contrario. La traducción es una re producción: proceso llevado a cabo dos veces desde un sentido contrario; como producto también se trata de una reproducción en el sentido de copia, sin embargo se trata de una “copia” que abandona a la original para explotarse a sí misma, en especial tratándose de una traducción literaria pues deberá tomar en cuenta la función poética del original para tomar una forma análoga.
Referencias
Eco, U. (2005). Tratado de semiótica general. (C Manzano trad.). México, México: De bolsillo. (Publicación original 1976)
Jakobson, R. (1988) Lingüística y poética. Madrid, España: Cátedra.
Hurtado, A. (2001) Traducción y traductología: introducción a la traductología. Madrid, España: Cátedra Lingüística.
Walter, B. (1996) “La tarea del traductor” en López, D. (Ed.) Teorías de la traducción: antología de textos. Toledo, España: Universidad de Castilla-La Mancha
Paz, Octavio (1999) “Poesía de comunión y soledad” en Miscelánea Obras completas t.13. México: Círculo de Lectores/FCE.
__________ (1971) Traducción: Literatura y literalidad. Barcelona, España: Tusquets
Todorov, Tzvetan. (2004) Poética estructuralista, trad. Ricardo Pochtar. Buenos Aires, Argentina: Losada.
Evaluna Pereyra Eufrasio. Es estudiante de séptimo semestre de la licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas de la Universidad Veracruzana.
[1] Desentrañando la función estética se dilucida que el código debe manifestarse de forma poco habitual vulnerando las expectativas del destinatario en distintos niveles, es decir oscurecer la forma para causar un extrañamiento o desautomatización de la aprehensión del objeto (cf. Shklovski, 1928).
[2] “Vamos a llamar propiamente código a la regla que asocia los elementos de un s-código a los elementos de otro o más s-códigos.” (Eco, 1976)
[3] cf. Traducción y traductología p. 45
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