Celeste Díaz Carvajal
Al despertar sientes entre tus costillas una fuerza sobrenatural, es como si estuvieras hecha de lluvia, estás acostumbrada a sentir caerte del cielo todos los días pero ahora estallas dentro de ti para no molestar al que duerme a tu lado.
Crujen tus dientes, masticas con lentitud la rabia, y como el animal enjaulado que es ha destrozado toda tu mandíbula, sientes como se ha desgastado el músculo de tu lengua, a veces sueñas con besar pero no sabes si podrás hacerlo con ese látigo sin fuerza, no quieres enmudecer, piensas para tus adentros, mascullas y tu voz alcanza a rodear la esquina de tu oído, gritas pero es demasiado tarde, tu lengua, ahora una niña regañada se enrolla, la sientes muy dentro de tu garganta.
-Ya volverá.
Y te incomodas, a ti te sofocan las siete paredes de esa casita minúscula, te mueves pero ya no hay rincones posibles donde quepa tu vida, lo solucionas andando a ratos de la cocina al baño y ya conoces la rutina, mirarte al espejo y tocarte la cara, cada pulgada del rostro adolorido es recorrido por tus dedos carcomidos por la ansiedad, a esta hora de la tarde te transformas en la persona más bella del mundo, es una lástima que nadie más pueda verlo
-Un día de estos alguien aprenderá a mirarte.
Te atormentas pero no dejas de observar el gesto adiestrado que el encierro te ha enseñado a hacer. Te das la vuelta y así sigues la costumbre de darte la espalda a ti misma pero esta vez en lugar de alejarte, te observas desde el rabillo del ojo y con la pesadez del siguiente parpadeo, al abrir la mirada ya no te encuentras en el reflejo.
Siempre a las siete es lo mismo, tu tregua con la soledad es suficiente para hacerte desaparecer.
Del otro lado de la casa suena el teléfono, te emocionas y tu sombra se mueve hacía el sonido, dudas en levantar el auricular, enlistas todas las consecuencias de contestar la llamada, no quisieras alejarte más de los demás pero ahora piensas que será inevitable.
Dejas a la contestadora hacer lo suyo, escuchas que es la línea de un banco llamándote afortunada, ríes, te han seleccionado para probar una nueva tarjeta de crédito, de pronto no resulta mala idea hablar con Marla, la vendedora, quien parece simpática, es la voz de una persona que te puede cambiar la vida y antes de atreverte a conocerla practicas tu voz muda, pruebas la lentitud de las vocales, tu boca saca un tibio aire, acercas tu mano a los labios y acaricias el silencio que como un gato, esquiva tus dedos y lo ves escapar por la ventana llevándose consigo también la voz de Marla, que se despidió sin siquiera decir que volvería a llamar.
Te desquicias porque el segundero no deja de adueñarse de tu sala, de la habitación, el ruido de las manecillas se convierte en tu interlocutor, sigue avanzando y con su caballería te destroza los nervios le pides silencio y en medio de la locura, parece ser el único que te oye porque el tiempo se detiene, tu sombra camina con pesadez hasta la puerta y te asusta que se acabe el día, te tranquiliza recordar la voz de Marla, tu tregua con la soledad se está por acabar y estás inquieta.
Le ruegas al segundero, por favor no te muevas, por favor no, son las nueve y el segundero sin escrúpulos camina.
-Ven a la cama.
Y vas calmada, tu cuerpo reaparece abultado en medio de las sábanas, un abrazo frío te desviste y compartes la cama, te duele lo que ocurre en el mundo durante la noche, la carcajada te salva, parece que realmente quieres al carcelero, tu risa de locura es contagiosa, finges estar pero por suerte ya te encuentras muy lejos.
Celeste Díaz
Es una creadora escénica, investigadora y escritora mexicana egresada de la UNAM.
Imagen: Callum Skelton on Unsplash
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