Juan Ignacio Ortega
Sor Rocío camina a media noche entre los pasillos del convento. Sólo se escucha el aletear de los murciélagos, casi ciegos, que revolotean buscando comida. La religiosa continúa su andar hasta llegar a la parte alta del jardín del monasterio, donde se encuentra el cementerio. Sor Rocío se acomoda debajo de un eucalipto, que a la luz de la luna, parece un ser monstruoso extendiendo sus brazos. La colonia de murciélagos se acomoda entre las ramas. La monja comienza a sacar higos de su hábito. Los murciélagos bajan, uno por uno, por la fruta. Al final, el animal más grande se posa en el hombro de Sor Rocío.
Una de las ancianas, insomne, pasa frente a la entrada del cementerio y observa la figura de Sor Rocío. Trata de forzar la vista y en ese momento el murciélago postrado en el hombro de la monja se yergue y extiende sus enormes alas. Es, sin duda, un demonio. La anciana se persigna y se dirige a la celda de la madre superiora.
El tañer de las campanas aleja a los murciélagos y atrae a novicias y monjas. Sor Rocío permanece en calma al pie del eucalipto. Las monjas la amarran al árbol por orden de la madre superiora, quien la señala.
-Se le acusa de brujería –dice la madre superiora, con una mueca de asco.
Sor Rocío no contesta, permanece inmóvil con la mirada al piso. Las monjas la rodean, iluminando la noche con velas.
-Quémenla -pide una de las monjas.
-Quémenla –se escucha de nuevo.
-Es una bruja –murmura alguien.
La madre superiora levanta su brazo derecho y dibuja un círculo en el aire. Las monjas se apresuran a juntar leña alrededor del árbol. Arrojan las velas y la hoguera se prende. Sor Rocío levanta la vista mirando fijamente a la madre superiora, quien se aterra porque la monja no grita, no llora, no ruega.
El fuego consume la ropa de la monja y también sus ataduras. Sor Rocío se pone en pie y camina entre las llamas, con ámpulas en todo el cuerpo y el cabello en llamas.
- ¡odi te! , ¡odi te! –
comienza a gritar. Cientos de sombras aladas caen del cielo. Los murciélagos muerden y desgarran a novicias y monjas.
A la noche siguiente, Sor Rocío cierra con cadenas la puerta principal del convento, se acomoda su hábito y camina hacia el bosque, seguida por una nube negra de murciélagos, ansiosos de sangre.
Fotografía: Joshua Newton, Unsplash
Juan Ignacio Ortega. México. Escritor aficionado, fotógrafo profesional. Instagram: ojuanignacio. Mail: batcave641202@gmail.com
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