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Reseña de Desgracia de J.M. Coetzee. El hombre que lo perdió todo, dos veces

María del Carmen Macedo Odilón


David Lurie es profesor de universidad, amante de Soraya, habitante privilegiado de Ciudad del Cabo, dos veces divorciado, padre, adulto contemporáneo, amante de Lord Byron, acusado de abuso sexual y desempleado. Es un desgraciado… Sin embargo, el destino le tiene preparado más apelativos: hombre blanco, vendedor de vegetales orgánicos para hippies, quemado vivo, testigo de una violación, incinerador de perros callejeros privados de amor igual que él, puente entre la vida y la muerte, guía hacia un mejor lugar. Lástima que no pueda también hacerlo consigo mismo. Una verdadera desgracia. J.M. Coetzee nació en 1940, hijo de un abogado y una maestra. Profesor de literatura, crítico literario, lingüista y traductor. Desgracia (Disgrace), su octava novela, se publicó en 1999 en Sudáfrica por Harvill Secker. Ese mismo año obtuvo el premio Booker por su descripción de la sociedad sudafricana, mientras critica al periodo pos-apartheid. La exitosa carrera de Coetzee lo hizo acreedor al Premio Nobel de literatura en 2003. Desgracia relata en 24 capítulos la vida de David Lurie, un catedrático de “Poetas románticos” en la Universidad Técnica de Ciudad del Cabo. A sus 52 años y después de que su amante Soraya deja la prostitución, concluye que se está perdiendo la oportunidad de vivir como él hubiera deseado. Para validar su atractivo sexual y status social fija su atención en su alumna Melanie, a la que lleva a su departamento y con quien se acuesta en un par de ocasiones. Al momento en que la relación se descubre, el comité académico y la defensa legal exhortan a David a disculparse públicamente, pero él es incapaz de aceptar el cargo de acoso sexual y formar parte de un show mediático en una sociedad que se asume como ética, pese a estar igual o más corrompida que él. Una vez que renuncia y con el objeto de dedicar su tiempo libre a la creación de una ópera inspirada en Byron, David deja Ciudad del Cabo y se muda con su hija Lucy, quien reside en una granja y da pensión a perros a la par que cosecha vegetales que vende en el mercado. Es entonces cuando David contrasta la vida rural, una Sudáfrica desconocida para él, tanto así como la mentalidad de Lucy, aislada de la urbanidad y de su pareja, Helen. Es una Sudáfrica anacrónica donde existe una serie de códigos de comportamiento que corresponden a la ley del más fuerte. El ayudante negro de Lucy, Petrus, tiene dos esposas, vive cerca y es el capataz de las tierras, dada su posición de hombre. Cuando unos hombres negros irrumpen en la casa, encierran a David en el baño y en medio de una golpiza le prenden fuego, pero él solo puede pensar en Lucy escaleras arriba. Al término, ella decide aceptar la violación como ritual de bienvenida de una mujer blanca a tierra de negros, jugando a ser una de ellos. El costo es elevado, Lucy lo acepta ante las protestas de David. La venganza de la raza negra ante siglos de odio y dominación, es el fin del Apartheid. La fuerza de la destrucción arrebató de David la lozanía de Lucy, cual si fuese un trozo de tierra, como en toda guerra, el fin es la conquista. El cuerpo un arma. “Ella [Lucy] no contesta. Prefiere ocultar la cara, y él sabe por qué. Es por la desgracia. Es por la vergüenza” (David reflexiona al respecto de la resignación de su hija). Lucy queda encinta y de nuevo, lo asume. El “padre” es un pariente de Petrus, este acepta a Lucy como tercera esposa y al bebé como su hijo a cambio de protección. Adaptarse o huir, Lucy lo entiende así, pero David no lo consciente, la distancia entre padre e hija lo orilla a distraerse colaborando con Bev Shaw, una mujer que le parece repulsiva por dedicarse a una muy precaria veterinaria. Atienden animales enfermos, desahuciados, abandonados por sus dueños y otros tantos ferales, residuos de la sociedad, justo como David se siente, razón por la cual esta labor humanitaria conduce a los animales a morir con el menor dolor posible y con el abrazo de un último gesto genuino de amor. Justo como él quisiera para su persona.

—(…) todas las mujeres con las que he estado me han enseñado algo acerca de mí mismo. (…) estoy viviéndolo día a día, procurando aceptar mi desgracia como si fuera mi estado natural. ¿Cree usted que a Dios le parecerá suficiente que viva en la desgracia sin saber cuándo ha de terminar? (David Lurie)

El drama nacional sudafricano como eje rector en Desgracia también se ve reflejado en el papel de las mujeres, aspecto que me es sumamente atractivo: Soraya es una prostituta que mantiene a sus hijos y que renuncia a ese estilo de vida por la vergüenza que le causa. Melanie es una joven que cede al cortejo de David, pero no sabe por qué, se queda a vivir con él unos días y después regresa con su novio. La segunda esposa de David, Rosalind, le atribuye a su crisis de la mediana edad todos los errores que cometió, mas no lo ayuda, sólo lo critica. Lucy es una mujer autosuficiente, alejada de los convencionalismos de la sociedad, pero sacrifica su humanidad con tal de no renunciar a su modo de vida, aceptando la opresión como medio de redención en nombre de sus antepasados blancos, y Bev es esa mujer que vive para hacer el trabajo que nadie más aceptaría, tan sólo por el deseo de ayudar. En cambio David, al principio ególatra, seductor, irónico, y fugaz, ve disminuida su posición de hombre privilegiado y por medio de la desgracia se reconcilia con su lado más humano. El lenguaje de Desgracias es claro, emplea metáforas para describir la psique de David y de quienes lo rodean. La omnisciencia de su narración permite un vínculo de intimidad entre el lector y el protagonista, y nos recrea esa Sudáfrica que también cae en desgracia. Una novela trágica, donde la violencia, miseria y realidad nos enseña a avanzar, a sobreponernos de las dificultades y reconciliarnos con nosotros mismos o con esos otros que podemos ser. Altamente disfrutable y conmovedora, no solo en relación con la sociedad sudafricana, sino que el hábil manejo de emociones, la situación, evolución y resolución de los problemas humanos dota a esta novela de un carácter de universalidad.


Fotografía: Alex Iby María del Carmen Macedo Odilón. Bibliotecóloga, estudiante de Lengua y literatura hispánicas y Creación literaria. Diseñadora emergente, activista huidiza y amante de los gatitos, loca por el orden y de dormir en las tardes.


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