Yinett Scarlet Vázquez Serrato
Mi madre tiene una elegancia añejada, el cabello muy liso y siempre huele a ese sudor de la tarde, de cuando andas entre la hierba y te pican los mosquitos: caliente, incómodo y húmedo.
Cuando ella regresa de la zapatería, vamos al río y nos bañamos desnudas, hasta que oscurece y regresamos empapadas con el sonido de las cigarras. Después de eso nos metemos en el pabellón y dormimos fresquecitas. Ella me platica de su infancia, siempre repite las mismas historias, yo no deseo escucharla, pero lo hago hasta que su voz me duerme.
No me gusta cuando ella va con doña Esther, porque en esa casa nunca la han querido. Siempre termina borracha y así ya no puede ir a nadar. Yo, rendida de cansancio, cruzo los brazos sobre una mesa salpicada de cerveza tibia y limón. Mientras ella, tan traicionera, tan maldita, se va con el otro, El Matías, y entonces me dan unas ganas de cortarle el pescuezo.
![](https://static.wixstatic.com/media/383431_0b0856388a654b4e9c81e8e894e5c730~mv2.png/v1/fill/w_341,h_464,al_c,q_85,enc_auto/383431_0b0856388a654b4e9c81e8e894e5c730~mv2.png)
Al otro día yo ni le hago caso y cuando me abraza le entierro las uñas. Ella me lanza al suelo y peleamos. Le jalo el cabello, ella me pellizca, luego se enoja y se encierra en su cuarto. El silencio es absoluto. Hasta que, por la tarde, yo me paseo por su habitación y me tumbo en la cama suspirándole al oído, entonces ella me toma de la mano y nos vamos al agua justo después de oscurecer. Doña Esther piensa que ella estaría mejor sin mí. No se cansa de decirle que me deje con la abuela por un tiempo y que salga a estudiar, a superarse. Pero ella nunca les hace caso, yo soy lo más importante. Cuando la invitan a citas, siempre la acompaño y pido todo lo que se me ocurre, aunque me duela la panza. Los hombres me compran lo que sea para quedar bien.
Hay uno en especial que desde hace unas semanas siempre me trae regalos y un día hice que ambos se besaran bajo las sabanas. Para mí, él es educado, no como el Matías, que grita para todo y siempre huele a mugre. Éste en cambio, nos compra leche y a veces hasta pan, nos lleva en su camioneta al mercado y yo me bajo alardeando ante mis amigos que trabajan ahí.
Cuando mi madre se cambia para ir a cenar con don Tomás, yo me paso todo el tiempo viéndola, deseo acercarme y tocar su piel que refleja el sol de la ventana. Sus pechos son muy pequeños, por eso casi nunca usa sostén, a veces me deja tocárselos. Sueltan un aroma agrio y dulce. Yo quiero unos iguales, así de suaves y firmes. Lo mejor de ella son sus nalgas, eso dice Matías, y debe ser, porque cuando yo camino detrás de ella, todos se las miran. A ella no le gustan tanto, porque dice que están flácidas y tiene razón, pero aun así son grandes y redondas.
Antes don Tomás dormía en casa algunas noches, pero ahora se la pasa aquí todo el tiempo. Mi madre sólo da vueltas atendiéndolo. Entre su trabajo y el nuevo invitado, así le dice, ya nunca hablamos. Ayer, antes de irse con él, me susurró: eso de bañarnos juntas ya no está bien. ¿Y por qué no va a estarlo? Esto siempre pasa cuando trae a uno nuevo.
Últimamente paso más tiempo con Natalia, vive pasando el río, pero no sabe nadar y le da miedo el agua. La inundación de hace cinco años se llevó su casa y la dejó espantada. Ahora vive en un cuarto más pequeño de concreto y tiene una hamaca enorme para mecerse en un silencio tibio. No puedo ir a nadar con ella, pero sabe escuchar y nunca pelea por nada.
Mamá quedó en pasar a las siete. Le dije que llegara a tiempo porque Natalia iba a salir, pero al ver las luces de la camioneta de Serna, sé que ella no vendrá por mí.
―¿Cómo vas en la escuela? ¿Te has divertido hoy?
―¿Dónde está mamá?
―Se siente mal, hoy estuve con ella y me mandó por ti.
―¿Bebió?
―Ayer abrieron un nuevo restaurante junto al local donde trabaja tu madre, quiero llevarlas.
Me gusta sentarme junto al copiloto, porque las ventanas de atrás no abren y enfrente entra el aire frío, la luna se ve y Serna me roza la pierna cada vez que cambia velocidades, yo finjo que no lo noto y él vuelve a preguntar.
―¿Crees que sea buena idea la del restaurante? ―otro roce―. ¿Tú a dónde prefieres ir? ―uno más―. Deberías prepararle esto a tu madre para su dolor, aquí te lo apunte todo.
Tomás me ofrece la nota. Me pongo su mano entre las piernas, es áspera, la aprieto y luego se la devuelvo. Entonces le miro la cara, tiene la mirada fija en el camino. No vuelve a cambiar velocidades y al llegar a casa, no se baja.
Me quito los zapatos para entrar y la encuentro en el sillón. Está roncando y respira como si tuviera asma, el ventilador del techo gira con tanta fuerza que creo que se va a caer. Hay una maceta rota en el piso, tal vez la tiró al estirarse. Tiene la falda remangada y la blusa entreabierta. Me da curiosidad tocarla. Le desabotono la blusa y me siento su lado, con un latido que me revienta los oídos. Y así de agitada, le beso los pechos, el olor agridulce inunda mi rostro. Meto mi mano bajo su falda. Junto mi boca a la suya y ella me corresponde. Tengo miedo, piensa que soy él. Abre los ojos. Su lengua sabe ácida y el aliento a cerveza me asquea. Cierro los ojos. El silencio se escucha en el aire violento del ventilador, los grillos y los jadeos. Sus manos son suaves. Recorren mi espalda. Siento frío y calor. Tengo ganas de llorar. Las caricias bajan a mis nalgas y sus dedos largos se introducen suavemente en mi vagina. Lastiman. Llenan. Atacan frenéticamente. El agua de mi cuerpo se vacía. Abro los ojos. Tiene los brazos cruzados debajo de la nuca. Ajena. Indiferente. Madre. Asquerosa y cínica. Entonces tomo un pedazo de barro del suelo y apenas si puedo rasparle la garganta. Ella grita y se pone de pie. Me mira de reojo y se va a dormir a la cama.
En la mañana, con la piel de la garganta morada me lleva a casa de mi abuela. Yo no protesto, hasta que don Tomás viene por ella y entonces sé que no volverá. Ella tiene los ojos llorosos, pero no suelta lágrima, me abraza y olfateo por última vez ese olor a tarde mojada.
Mi nombre es Yinett Scarlet Vázquez Serrato, tengo 25 años y resido en Xalapa, Ver. Soy estudiante de la Licenciatura en Lengua y Literatura hispánicas en la UV. He participado en talleres de creación literaria en la Facultad de Letras Españolas de la UV, impartidos por Magali Velasco, César Silva y Josué Sánchez. Actualmente estoy en el taller cuento de la escuela NOX, impartido por Eduardo Antonio Parra. Formé parte del décimo curso de la Fundación para las Letras Mexicanas en Xalapa en categoría de cuento en 2018, y he participado como creadora en congresos como el CONELL. Publiqué el cuento “Mi muñeca favorita” en la revista literaria Taller Igitur. En 2018 gané el premio Sergio Pitol en la categoría de relato. Además me considero una artista visual en proceso, principalmente de arte figurativo e ilustración tradicional.
Comments