Armando Gutiérrez Victoria
Tengo 23 años y no conozco el mar”. Así comienza aquel extraordinario libro de viajes que es Return Ticket, y así también me gustaría comenzar este texto, un poco por el mero placer de recordar y otro tanto porque el adagio ha vuelto la espalda a su autor: más de uno quizá dirá “Tengo 23 años y no conozco a Salvador Novo”. Posiblemente exagero, posiblemente acierto; allá cada uno con sus culpas y sus penas, aunque en esta afrenta, el mar haya cobrado su venganza.
Sin duda alguna, y aun en contra de que algunos ya lo conozcan, uno debe hablar de Salvador Novo; siempre deberíamos estar hablando de Salvador Novo: poeta, crítico, cronista, dramaturgo, autobiógrafo y, en síntesis, escritor. Y ya que andamos en esas, uno también debe leer La estatua de sal, al menos para enterarse –de pasadita– quién vino a fundar la jotería en las letras mexicanas.
Pocos libros se disfrutan tanto como esta autobiografía; pocos libros he leído que exhiban tanta vitalidad y tanta destreza para narrar lo que hasta hace poco se callaba, se enterraba muy bien en un enorme closet, aunque éste fuera del cristal más fino, casi transparente.
Yo confieso –me da la impresión– que no queremos lo suficiente a Salvador Novo. Tanta exuberancia nos deslumbra, tanta vida nos repele; su risa abrumadora, carnavalesca, ahuyenta a los adormilados académicos que lo quieren vestir de santo, quitarle las lentejuelas. ¿Por qué hemos dejado solo a Novo? ¿Por qué no estamos leyendo La estatua de sal? Corra, por el amor de Dios, a su librería más cercana a adquirirlo.
Disculpen ustedes el comercial y mejor pongan atención a esto: hay una habitación oscura, de proporciones modestas. Hay un hombre, un cuerpo hermoso y vivo, que desea. Y estamos nosotros, abrumados por la imaginación, no sabemos qué hacer, no sabemos qué decir, no sabemos qué pasará. De lo único que estamos seguros es que deseamos, deseamos con un secreto instinto que nos domina, que nos atrae a la piel, que nos hace dar un paso en falso y perdernos en un éxtasis imaginario. Así se figura Novo el sexo, pero no lo nombra, es incapaz de nombrarlo, es sólo un joven adolescente que lo imagina, que sabe que está ahí y no lo entiende. Ya vendrán otros –años más tarde– que satisfagan las ansias de este Narciso ciego.
Hay algo en este torrente de recuerdos, de imágenes traspuestas, que termina por abrumar, pero al mismo tiempo gusta, nos fascina. A veces me imagino que esta autobiografía –que siempre ha sido descrita como clandestina, porque clandestina siempre han querido tener a la jotería– fue el libro al que más le tuvo afecto Novo. Y miren que decir eso es mucho, porque a Salvador Novo le sobran buenos libros.
Desde jovencito, recién venido de la provincia, Novo gozaba en abundancia de dos cosas: hombres y talento. Figúrense ustedes a un JOvenciTO de unos veintitantos años paseándose por la antigua Ciudad de México, salidita apenas de la Revolución. Sabe que puede tener a cualquiera (y lo tuvo), aunque sus predilectos siempre fueron los choferes, quizá por eso mismo uno de sus más famosos retratos es abordo de un taxi.
Ya quisiera yo tener un poco del talento que tuvo Novo desde aquel XX poemas, donde doma la vanguardia y nos mete entre los versos el diluvio, el vendaval, de su fuerza, de su voz. Desde entonces todos lo admiraban y le temían, precisamente porque no tenía miedo. Hay una anécdota, también en su Estatua, donde un temeroso Villaurrutia –también joto como Novo– quema aquella primera autobiografía de Salvador, por miedo al qué dirán, por temor a ver cómo sus ángeles nocturnos cobraban forma en cuerpos, en hombres de carne y hueso. Villaurrutia no está listo para verlos (nunca lo estuvo), prefiere dormirse en aquellos versos cursis de Nostalgia de la muerte.
Hay días que me pregunto, ¿qué estaría escribiendo Novo hoy? ¿Acaso terminaría aquella autobiografía que nos dejó inconclusa? ¿Por qué demonios no la terminaste, Salvador? ¿Es porque seguías vivo? ¿Es porque secretamente nos dejas a nosotros la tarea de concluirla? ¿Es que siempre anhelaste un placer infinito? Yo no lo entiendo.
Yo no sé de cierto cómo hacer para que te lean, querido Salvador. Yo sólo te digo que ya no le tengo miedo a la cursilería, a la jotería, a la risa, a mí mismo. Yo sólo sé de cierto que tengo (más de) 23 años y que tú me enseñaste el mar.
Tlalpan, abril de 2022
Armando Gutiérrez Victoria (CDMX, 1995). Actualmente cursa el Doctorado en Literatura Hispánica en El Colegio de México. Ha participado en distintos proyectos de investigación literaria en la UNAM y colaborado en distintas revistas académicas e independientes como De Raíz Diversa, Irradiación, Plástico, Tintero Blanco, Ibídem, Campos de Plumas, etc.
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