Tania Rivera
México mágico: sitio en donde no paramos de construir instituciones con buenas intenciones pero que terminan sacando a relucir la podredumbre de la naturaleza humana. Durante el siglo XX hubo al menos dos que congregaron la locura, la enfermedad, la criminalidad y la muerte: el hospital psiquiátrico La Castañeda y el Palacio de Lecumberri.Inspirada en estas míticas edificaciones, la escritora Lola Ancira (1987) nos ofrece en su libro Tristes sombras (2023) la posibilidad de conocer parte de la vergonzosa historia del país para demostrarnos que aún lo terrible puede ser un hogar para los proscritos y desamparados.
A propósito de la reedición de este libro, Pérgola de humo platicó con Lola Ancira en Coatepec durante la realización del festival Diente de León. En medio del calor y el aroma del café tan característico de este pueblo mágico, la escritora nos compartió algunos detalles de la escritura de los 12 cuentos que integran el volumen de ficción histórica; relatos que ofrecen a quienes así lo deseen un extenso viaje por la vida en México durante más de la mitad del siglo pasado a través de personajes que oscilan entre la crueldad y la ternura.
Tania Rivera: ¿Cuál fue tu primer acercamiento a La Castañeda y Lecumberri?
Lola Ancira: Mi acercamiento fue por la arquitectura. Tengo una obsesión con los hospitales psiquiátricos de épocas pasadas y cuando vi el Charenton, que está en Francia, me enteré que Díaz lo que intentó fue copiar este hospital pero en la Ciudad de México, porque en esa época quería afrancesar todo lo que se pudiera el país (sabemos que no se logró)… El punto es que llegué por la arquitectura y quería escribir cuentos basados en hechos reales sobre las vidas de personas que estuvieron en esa institución, y luego me di cuenta que había un diálogo con Lecumberri o más que un diálogo La Castañeda estaba supeditada a la prisión, la prisión enviaba a estos “locos” criminales al psiquiátrico. Así que decidí mejor dividir el proyecto en dos secciones y abarcar la historia de estos lugares desde su creación hasta su demolición en los años setenta.
TR: ¿Y de dónde viene esta obsesión por los psiquiátricos?
LA: ¡Eso es culpa de mi papá! (risas) De chiquita me ponía a ver películas serie b de terror con mis dos hermanos mayores. Algo pasó en mí que me terminé uniéndome al lado oscuro. Me acuerdo mucho de una animación en stop Motion de “La máscara de la muerte roja” de Edgar Allan Poe, y yo lo veía y lo veía y me gustaba, tampoco entendía mucho pero sentía una fascinación… Después como a los 15 o 16 años empecé a leer a Poe, a Lovecraft, a Borges, a Quiroga, que Quiroga también es una de mis influencias, recuerdo leer “La gallina degollada” en unas vacaciones en la playa y dije, yo quiero hacer esto, incomodar al lector, que se cimbre. Está esta frase famosa de Cortázar que dice que un cuento debe ganar por knock out y la novela por puntos, pero Cecilia Eudave, que es una escritora de Jalisco que admiro un montón, dice que lo que quiere no es dejar ahí tirado al lector, que no sepa ni qué leyó, más bien lo que quiere es cimbrarlo y tocar fibras sensibles, moverlo tanto qué diga “¿qué acabo de leer?” y se le quede en la mente. Eso es lo que yo quiero.
TR: Hablando de influencias, tu narrativa podría ser descrita como borgiana, porque es fantástica, compleja y circular; pero en Tristes sombras esto no es así. ¿Qué tal se sintió dejar esa faceta?
LA: Siempre he dicho que Borges es mi abuelo literario (mi primer libro tiene tres homenajes a Borges). Cuando lo descubrí a los 15 años estaba vuelta loca, tampoco entendía mucho de lo que decía, pero dije: esto es lo que quiero hacer, la literatura realista no me llama como el fantástico. Con El vals de los monstruos me enfoqué más en la maldad y otros temas, y aquí en el encierro. El otro gran cambio es en el lenguaje: aquí hay mucho más lenguaje coloquial sobre todo en la prisión, quería usar la jerga de la época aunque ya no se ocupe para que fuera más realista. Este libro tiene mucho dialogo, digamos que es mi primer libro con diálogos, y eso porque me costaba mucho trabajo. En una presentación de El vals me preguntaron: “¿Por qué la elección de omitir los diálogos?” Y no, lo que pasa es que no me salen (risas). Así que en Tristes sombras quise retar mi escritura y salir un poco de lo que estaba haciendo.
TR: Digamos que en tus dos libros de cuentos anteriores (Tusitala de óbitos y El vals de los monstruos) eres más parca con las descripciones de los escenarios, pero en este caso, los espacios lo son todo. ¿Cómo fue este trabajo tan focalizado en recrear estas dos instituciones?
LA: Sobre los espacios en este libro yo quería retratarlos como personajes y estructuras orgánicas, más allá de que fueran arquitectura, quería que respiraran, que se transformaran también junto con las personas que estaban dentro. Aquí entra un psicólogo que estuve estudiando mucho y que ocupa el término “psicogeografía” para definir cómo los espacios nos cambian y nosotros cambiamos los espacios, todo tiene que ver con la arquitectura: el número de ventanas, qué tan grande es el espacio, cuántas personas hay allí y eso lo quería abordar en este libro, no solamente qué pasaba con los que estaban internos allí sino cómo se transformó el espacio, a tal grado que en el 68 dijeron: “Tenemos que destruir este lugar porque ya no representa al México actual”. Por otra parte, La Castañeda y Lecumberri fueron un hogar para muchas personas que no tenían a dónde más ir, así que quería mostrar cómo lo terrible también es un hogar. Justo ahí está el título Tristes sombras, en quiénes eran las personas que vivieron en sus muros, tras sus rejas, porque al final eran personas como nosotros y generar esta empatía con estas personas era algo que yo quería definitivamente hacer con estos personajes.
TR: Para lograr esta recreación de los espacios y personajes tuviste que hacer una gran investigación, ¿qué tal te fue con eso?
LA: Sí, gracias a la investigación le das verosimilitud a tus historias, y aunque no había escrito ficción histórica, quería que fuera lo más realista posible, que no fuera todo fantasioso y que correspondiera como el México de aquellos años. Además de mucho trabajo de archivo, pasé mucho tiempo entrevistando a psicólogos y psicoanalistas, uno de ellos me llevó a un hospital psiquiátrico en el Estado de México y en donde está uno de los últimos internos de La Castañeda, que es Martín el desyerbador, a quien le hice un cuento. Cuando lo conocí fue muy fuerte, ya es una persona de la tercera edad, llegó muy joven a La Castañeda y cuando en el 68 lo cierran para derrumbarlo, mandaron a los internos a diferentes estados, a diferentes granjas. Martín lleva ahí varias décadas y cuando yo le mencioné La Castañeda empezó a hacerme un listado de verduras: zanahorias, betabel, col. Y cuando hablé con el psiquiatra me dijo que él había trabajado como agricultor, me dije tengo que hacerle un cuento. Eso fue experiencia física en primera persona que me hizo darme cuenta de que las situación en los psiquiátricos es terrible a pesar de que han pasado más de 100 años, sigue habiendo hacinamiento, falta de medicamentos, falta de profesionales que los atiendan.
TR: En libros como El Vals de los monstruos vemos que tus personajes transitan entre la locura y el crimen, en Tristes sombras es aún más clara esta relación por las dos instituciones que se presentan como escenarios, pero ¿has pensado conscientemente en el vínculo que hay entre la locura y el crimen/violencia?, ¿una es resultado de la otra?
LA: No soy psicóloga ni socióloga pero me gusta investigar mucho sobre el tema y como dices lo trato en mis libros. Hay un sociólogo que he leído mucho que se apellida Zimbardo; él tiene la teoría de que si pones una manzana podrida en una canasta de manzanas sanas se van a podrir, pero otra cuestión que dice también tiene que ver con el contexto social: puedes tener una persona perfectamente funcional y normal y si le pones en un contexto inadecuado de violencia se va a transformar y viceversa, si una persona tiene una predisposición a actuar con violencia y lo pones en un contexto donde esté cuidado y protegido no va a tender a ser criminal a pesar de que esté “predispuesto” a este tipo de comportamientos. Creo que la locura y la violencia pueden estar juntas o estar separadas, hay muchos matices entre ambas, no podría decir que si hay violencia hay también locura pero generalmente se encuentran.
TR: Hablando particularmente de la locura, en los cuentos de La Castañeda, la mayoría de personajes son mujeres ¿será que la locura tiene algo de femenino?
LA: No, no creo. Algo de lo que me di cuenta después de la escritura de Tristes sombras fue que, como mencionas, los cuentos de La Castañeda tienen personajes femeninos y los de Lecumberri masculinos; esto no lo planeé así, sucedió por el tipo de instituciones que eran. Mientras investigaba, leí mucho sobre la histeria femenina que se asocia con el útero, por lo que los hombres no podían ser “histéricos”, ya que no tienen; lo que me llamaba la atención es cómo en el siglo XX éramos histéricas pero en el XIX éramos brujas, el punto es denostar el género femenino y exiliarlo, lo que me parece tremendo, que siempre se esté buscando un término para hacer eso de manera sistemática.
TR: Tristes sombras arranca con un epígrafe de Bernardo Esquinca que dice que en México es complicado separar la realidad de la ficción y “todo podía suceder porque todo era igualmente creíble”. ¿Crees que en México, en efecto, la realidad supera la ficción o realidad?
LA: Cuando piensas que no te puedes sorprender más, escuchas una historia en México y no puedes evitar sorprenderte. Esta frase de “La realidad supera a la ficción” es cierta, la ficción siempre es superada, todo el tiempo y ahí están las noticias como pruebas. Para este libro yo leía una historia y decía “es que no es posible” pero lo era. Me pasó algo similar con Despojos, que es mi último libro de cuentos, y me gusta ligarlos porque siento que tenía que hablar de la violencia en el siglo pasado para abordar la violencia actual, que es el feminicidio y la violencia de género; pero sí es esta cuestión que llega un punto en el que dices, ya no quiero saber más, y le escarbas y le escarbas y cada vez es peor. Creo que esa capacidad de asombrarnos ante el mal no es propia del lugar ni de la época sino de la gente, las prácticas violentas y todo lo que se puede abordar en torno a la maldad no tiene fin.
TR: En el cuento que cierra el libro se habla del término “komerobi”, que es definido como el “sentimiento más cruel del mundo”, que a su vez está relacionado con el dolor de la añoranza permanente. En Tristes Sombras todos los personajes buscan algo: amor, un sitio donde estar, libertad. ¿Qué puedes contarnos sobre este término?, ¿serviría para sintetizar el libro?
LA: Me encanta que me preguntes por el komerobi porque es una palabra inventada. Ahí digo que es un término de un pirata japonés del siglo XVI y que el personaje lo leyó en la Reader´s Digest. Eso es porque me gusta mucho hacer ese juego intertextual con textos y citas reales y otras que no; eso se lo copié a Borges, que tenía esto de jugar con las fronteras entre la ficción y lo real y al final el lector no sabía si lo que estaba leyendo es real o no. Creo que el término resume muy bien el libro, porque si un protagonista no tiene una búsqueda no hay historia, si no está conflictuado porque quiere algo que no puede tener no hay una buena historia, y espero que en estos 12 cuentos haya una buena búsqueda, que intrigue al lector y quiera seguir leyendo.
Lola Ancira (Querétaro, 1987) ha publicado ensayos, cuentos y reseñas literarias en diversos medios electrónicos e impresos. Es autora de los libros de cuentos Tusitala de óbitos, El vals de los monstruos, Tristes sombras y Despojos (obra ganadora del Certamen Nacional de Literatura Laura Méndez de Cuenca 2021). Actualmente imparte talleres de cuento y cursos de literatura fantástica.
Tania Rivera (Xalapa, 1997) es licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Veracruzana. Autora del libro La pequeña bruja y el príncipe triste. Dirige Pérgola de Humo.
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