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pergoladehumo

La leyenda del Capuz



José Cosmer Sánchez Troncos


Sobre mi piel corre sangre Tallan,

Más tu oscuro color,

Es la herencia de mi negro luto

Y las voces que los hombres callan.


Dicen que soy la vestidura de los dioses, la letra de un relato que no se ha escrito, el alma del mito en agonía y la música prehispánica que se ha olvidado. Me convertí en una extinta leyenda Tallan, que duerme entre relatos perdidos de viejos sabios olvidados. Soy la mágica leyenda del incandescente desierto. La historia descansa tristemente en mí. Escondo el alma de linajes Tallanes. Conmigo está el misterio y la gratitud. Soy un tesoro anhelado y el recuerdo de un traje postrado. Abrigué mansamente a la Capullana de estirpe real y de pueblo. Dicen que mi nombre proviene de una extinta lengua ancestral: Lulú, Lutú y Nequique. También me dicen Anaku, nombre ancestral, de raíces indígenas. Entre las líneas del tiempo transité y emigré a la costa norte del Perú. Capuz fue mi furtivo y sagrado nombre. Abrigué el alma y el cuerpo de los indios del norte del Perú. Cobijé la esperanza de la mujer y hombre Tallan. Fui capa y escudo ante la inclemencia del desierto norperuano. Del sol, el viento y la arena, defendí al oprimido hombre piurano.

Negro fue mi original color, pigmento que aleja los males y que se guarda triste luto en honor a un familiar que viajó a otra dimensión. Rectangular fue mi forma, que dio elegancia a la figura de la gran Tacllapona. Me adorné de sagrados denarios y chaquiras multicolores. Abrigue celosamente el alma y los recuerdos de la indomable mujer norteña. De algodón pardo vestí mi piel y sobre mis fibras se ensañó la resistencia nativa. Sobre mis finos hilos de algodón de ceibo se escondió la sangre guerrera de las agrestes Capullanas. Alejé los hechizos y espíritus maleros y envolví las figuras femeninas de corazón sincero. Me transformé en el atuendo sagrado de los dioses desérticos. Soy el traje de linaje ancestral y la indumentaria perfecta para los mágicos rituales. Mis ancestros son de ascendencia selvática con corazón indomable. Mis padres y hermanos emigraron a la sierra y se asentaron definitivamente en la Yunga. En la altura me cubrí de lana fina de auquénido y de algodón nativo, en la desértica costa. Los dioses me crearon, dejándome dormir por días en las entrañas de la madre tierra para consolidar el color de mi piel. Me bañaron con barro negro y sangre de extrañas plantas, adopté un color serio y guardo energía eterna. Soy negro como la noche y, a veces, claro como el sagrado día.

Mi imponente presencia impactó al invasor. La colonización trató de extinguirme. Me invadió una cruel maldición. Soy traje ceremonial y las viles intensiones occidentales cortaron lentamente mi aliento de vida. Mi nombre autóctono fue cambiado celosamente por el grotesco y morisco apelativo “Capuz”. Quisieron comparar mi singular y autóctona figura con el traje referencial de la ciudad de Andaluz, allá en la lejana España. Capuz me denominaron, ese fue mi original nombre, una nueva definición. Dicen que fui el causante del vacilante nombre Capullana. Fui envidiado, irreverenciado, mancillado y, por último, hostigado. Mi presencia llenaba de orgullo a la gran Capaullana. Engalané su presencia y más de un conquistador español se impregnó en su endiosada belleza. Muchas veces fui paño de lágrimas, rebozo de grandes faenas y atuendo de sagrados sacrificios.

Las nuevas costumbres me transformaron y, sin razón alguna, evolucioné. No resistí más. El tiempo me castigó. Otra cultura me dominó. Fui cambiando con la historia. Mi elegante figura se perdió en la línea final de la historia Tallan. El hombre no luchó por mí, en cambio la mujer masculló una silenciosa resistencia. A toda costa, me quisieron aniquilar. No quería desaparecer, me resistí a morir. Me alejé lentamente de la identidad popular, que fácilmente se dejó vencer del cruel conquistador. El miedo, la vergüenza y el temor ayudaron a mi desaparición.

El alma de mis ancestros se fue reencarnado en una nueva aparición. Cambié de contextura y mi piel se transformó. Adopté los hilos gruesos de lana en las alturas piuranas y muchos colores adornaron mi negro color. Una faja multicolor ciñó mi cintura y me dijo que debía luchar. En la costa me repartí en dos, ahora sobrevivo convertido en una larga y negra pollera adornada de llamativos colores. Un largo y grueso camisón me acompañaba interiormente, convertido en blusa blanca y fiel fustán. En esencia soy el mismo, pero vivo repartido en dos. Total, el color y la utilidad son lo mismo: vestir a la mujer piurana.

Me resisto a la modernidad. Me oculto en ancestrales trajes. Mi alma, mi espíritu, mi piel y mis finas fibras se encarnan en el traje actual de la bella Capullana. Me convertí en negro luto y el fiel compañero del poblador piurano. Evolucioné y seguiré cambiando. Seré protección, trabajo, belleza e hidalguía; seré danza y baile, música y símbolo de piuranidad. Seré por siempre un ancestral tesoro Tallan.






José Cosmer Sánchez Troncos (Ayabaca, Piura, Perú, 1974). Tiene la especialidad de docente en Educación Primaria y en Acompañamiento Pedagógico. Magister en Administración de la Educación. Ha publicado Frías de antaño: historia, herencia y tradiciones (2014), Duelo de guapos: cuentos y leyendas de Piura (2017) y La Chepa Santos: una leyenda perdida en el tiempo (2020). Ganador del concurso nacional de “Mis lecturas favoritas” (UMC-MINEDU, 2018). Ha publicado en revistas nacionales: Pluma y Trazo (2020), La otra orilla (2021), Pirhua (2019), Chaquira (2020), Hecho Arte, Alborismos (Venezuela), y La literatura del arte (Colombia).

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