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La bolsa de basura

Luis Mendoza

Para Ricardo


Mi departamento es un asco. Mi mesa de estudio se encuentra abarrotada de colillas y demás desechos humanos que perforan la podrida madera. Las sábanas de mi cama son una maraña de problemas de insomnio. Mi ropa, sucia y apestosa, ya casi puede tocar el techo. Ni hablar de la cocina, que es propiedad de monstruosas cucarachas. ¿Qué carajos hago aquí? Bueno, soy parte de toda esta basura. Me lo recuerdo.

Ojalá estuviera aquí mi amigo César, tiene meses que no lo veo. Aunque está pendejo y los pendejos se enojan por lo que sea, él sabría cómo ayudarme. Él me dice, con la resonancia de padre que detesto: “Antonio, no seas pendejo. ¡Párate! Limpia un poco tu vida, hombre”. Y yo aquí, tirado en el suelo, visto un short con olor a orines y una camiseta estampada por el frente con un “México para adelante”. Así que le contesto a Cesarín, como le digo de cariño: “César, hombre, estamos jodidos, estamos en la basura”. Pero a él no le importa eso. Tal vez sacaría a colación a mi sacrosanta madre, levantándola de donde se está pudriendo y, al ver cómo terminó su hijo, ardería en cólera y reclamos. Pinche gordo, mejor ponte a hacer ejercicio. Acabo de gritar: ese gruñido es un grito.

En fin, debo de levantarme. Creo que aún queda un poco de vodka en el baño. Éste sí lo mantengo limpio. No sé por qué, pero es un lugar de meditación para mí. Todo el mundo debería tener limpio su baño, siempre. No me he bañado en días y me orino sin bajarme la bragueta, pero, demonios, el baño siempre debe de estar limpio. ¡Victoria! Queda justo para un vaso de vodka. Lo bebo lentamente. A lo lejos, escucho: campanadas y más campanadas. ¡La basura! ¡La basura! He estado esperando tanto ese sonido, me recuerda a un ángelus. Sonrío estúpidamente. Cesarín estaría contento por el siguiente acto que haré.

Tomo la bolsa más grande. Está pesada, pero la cargo. Debo hacerlo. Abro la puerta del departamento: un aire de octubre me golpea el cuerpo. No hay más calor. La noche está fresca. Lo agradezco, si fuera el sol quien me recibiese en las afueras de mi guarida me perturbaría y dejaría al descubierto todo este pinche desastre.

Deposito la bolsa a tres cuadras distantes. Regreso, entro al departamento y me encierro en el baño. El suelo está frío. Es agradable. Cierro los ojos y logro concebir el sueño. Creo que estoy borracho porque, por un momento, me siento tranquilo.

Cuando el sol brille en la mañana y se cuele por la ventana a través de las cortinas como un intruso y no me muestre más la bolsa de basura chorreada, podré continuar; ya no recordaré la molesta voz de César diciéndome que saque la basura ni sus insistentes alaridos y demás. Mi vida seguirá siendo un basurero, pero con menos carga. ¡Qué pendejo, César! ¡Ja!, él reprimiendo mi desastre y, justo ahora, viaja muerto y descuartizado en una bolsa directo al basurero.










Luis Mendoza Vega (1999). Estudiante de la licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Veracruzana. Miembro del equipo editorial de la revista literaria Tintero Blanco.





Foto: Diego González, Unsplash


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