Guillermo Soriano
Mi madre dice que a mi edad no hay nada de que preocuparse, se equivoca, hay lugares que sólo de pensarlos me producen un miedo de esos que calan los huesos, por ejemplo, cuando pienso en lo que le sucedió al menso de Marco me entran escalofríos. Puede que sea un gandalla por ser apenas un año mayor y jugarle al maduro, afirmaba que ahora que había cumplido los doce ya era un hombre y no tenía tiempo para nosotros ni los juegos de antaño. Por esa y otra razones es que se le apareció el diablo, por bruto. Recuerdo como andaba de creído y con aires de guapo, su primer pelo guango en la jeta lo envalentonaba. Así es como se fue al Cerro de las Culebras a cumplir el ritual de iniciación, ese que contaban los hermanos mayores.
En el Cerro de las Culebras hay una cueva que según dicen es un laberinto. Algunos cuentan que se ven extrañas luces, bolas de fuego provenientes del interior, otros han escuchado lamentos y demás rarezas. Ahí es donde nos hacemos hombres al cumplir una novatada que consiste en subir cuando empieza a caer la noche, adentrarse en el misterioso lugar, fumar el primer cigarro y regresar triunfante después de una hora. En el camino se deben hacer esas cosas que separan a los niños de los hombres, es una tradición del barrio, nuestros papas lo aceptan porque pasaron por lo mismo y saben que es una prueba de carácter. Me pregunto si las niñas tendrán su ritual secreto para demostrar que ya son mujeres.
Al cumplir los doce Marco ya era un hombre y debía demostrarlo. Se había robado la cajetilla de Ernesto, su hermano mayor y se encamino entre las últimas luces de la tarde. Con caminar seguro y después de robarle un beso a Clara se fue derechito al cerro. Todo iba bien hasta que pasó el tiempo estimado y no se veía al nuevo héroe surgir de entre las sombras. Julio y yo pensamos que estaba fumándose la cajetilla entera para hacernos la iniciación más difícil. Después de dos horas comenzamos a preocuparnos. Ya no había monedas para seguir haciendo tiempo en las maquinitas así que decidimos ir a ver que pasaba. Lo encontramos tirado a la entrada de la cueva con apenas un par de cigarros consumidos. Se había desmayado. Como pudimos lo llevamos a su casa. Ni como disimular lo ocurrido. Cuando volvió en si y contó lo sucedido nos lleno de pánico. Marco había cumplido con el reto y estaba dispuesto para el regreso triunfal. Dice que al levantarse de entre las piedras y tomar la linterna sintió cómo una mano grande lo jaló del hombro haciendo que tirara la cajetilla y que volara la linterna. En el parpadeo de luces vislumbró a un hombre más alto de lo normal parado a su lado y antes de que se extinguiera la luz logró ver algo parecido a una pezuña. No supo más.
Después de chanclearlo su mamá lo llevó con Irene, la anciana de los remedios y espiamos por la ventana el acontecimiento. Tendió a Marco en el suelo y cogió unas ramas recias, vara de castilla o algo así, según escuchamos, con lo que se lo surtió sabroso. Le sacudió el cuerpo tres veces con unos jalones que lo hacían parecer de trapo mientras lo llamaba por su nombre, esto para que según regresara su espíritu al cuerpo. Al menos se le quitó lo pálido. No quisimos ver más. Por haberlo rescatado Julio y yo nos volvimos héroes y en adelante decidimos terminar con la tradición. Nadie más subirá al Cerro de las Culebras por la noche.
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Imagen Victoria, Pixabay
Guillermo Alfonso Soriano Callejas (1986). Gestor cultural egresado de Realia con perfil en políticas culturales y emprendimientos creativos. Ha colaborado en festivales como Ambulante, Adultiterías, Tzompantli, Festival de Arte y Música Sacra, la Feria Nacional del Libro Infantil y Juvenil de Xalapa y el Tercer Foro de Empresas Culturares y Creativas. De 2016 a 2019 fue miembro del Colectivo Arta Cultura. Actualmente se desempeña como auxiliar de exposiciones y eventos culturales en la Biblioteca Carlos Fuentes.
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