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Hablar del tiempo en palabras

  • pergoladehumo
  • hace 15 horas
  • 6 Min. de lectura

 

Anita Porragas

 

I. Del decir se mide el infinito // Cronos

 

Volver acción cualquier pensamiento convierte, inevitablemente, lo abstracto en cuantificable. Escribir o hablar son hechos que permiten medir el lenguaje en trazos. Calcular los puntos que separan y unen el momento del pensar y del decir deviene, física y lingüísticamente, en la existencia del tiempo, pero para describir este mismo acto, aquello que ordena los sucesos, se necesita, de forma primigenia y lógica, al mismo lenguaje.

         Dentro de los lenguajes que existen, el matemático se erige como el puente entre el ser humano y el universo que habita. Preciso y limitado, atiende a los marcos de referencia dispuestos por los participantes que media, pero no es el único fundamental para hacerlo. Werner Heisenberg (1901-1976), padre de la mecánica cuántica, menciona que incluso la ciencia necesita apoyarse en el lenguaje ordinario [no matemático], pues es el único lenguaje que nos permite estar seguros de haber captado realmente los fenómenos (Xavier Viejo, 2012, p. 29).

         Por ende, la lengua, como órgano y como sistema manifiesto del lenguaje, es la vía para salir de los límites epistemológicos, pues a partir de las palabras y su combinación podemos crear nuevas formas de describir el universo con el fin de descifrarlo. Ambos, lenguaje y tiempo, aunque a primera vista no lo parezca, comparten todas las familiaridades necesarias para ser llamados sinónimos; cuantificables para sus ciencias, abstractos para la percepción, los dos tienen su dominio primigenio en la mente.

         Emily Dickinson, en su poema 632, menciona que el cerebro es más vasto que el cielo y si pudieran ponerse lado a lado, el primero contendría al segundo. El espacio donde ocurre el hecho lingüístico, la cognición humana, vasta para medir, definir, la eternidad en palabras.

         Del tiempo nace el lenguaje y éste, como menciona Viejo, “es por sí mismo una realidad física que dota al universo de la posibilidad de disponer múltiples representaciones de sí mismo” (p. 30). Dentro del marco de lo lingüístico, tanto el universo como el tiempo se subyugan a lo meta, donde ambos se vuelven representaciones y objetos de sí mismos mediados por el lenguaje que se explica per se.

            Creamos palabras para limitar la voracidad del universo y con ello acarreamos inevitablemente un significado que transforma el desorden en lo tangible. El tiempo, sin el ser humano, es pura entropía. Caótico e imparable, el movimiento encuentra orden en la lengua otorgándole tiempo a la eternidad. Ludwig Wittgenstein (1889-1951) dirá que los límites del lenguaje son los límites del mundo.

 

II. Lo oportuno en el tiempo es el lenguaje // Kairós

 

“En el principio fue el verbo”, reza la primera línea del evangelio de Juan. Fundadora, la palabra se vuelve el catalizador en el tiempo de lo divino. Cuando se dice, se hace, y la lengua gesta el pensamiento en el mismo momento en que se gesta a sí misma. Tiempo y lenguaje danzan en la singularidad cognitiva que los vio nacer; ambos, aparentemente lineales desde lo físico, sortean cualquier estructura formal en la mente. No son una secuencia de hechos como cabría esperar, sino un entramado de momentos que ocurren simultáneamente en el pensar.

         Por otro lado, Noam Chomsky (1928) perfila al lenguaje como el creador primo de posibilidades o, concretamente, como el espacio primo donde se puede dar la posibilidad.

       

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  Negro y hueco, nuestro cerebro absorbe el espacio con el que interacciona para adquirir la capacidad lingüística. Dicha capacidad representa nuestra manera de interactuar y comprender el universo a través de lo que comúnmente se denomina creatividad lingüística. A partir de elementos físicos finitos, los sonidos, creamos libros, teorías, rezos, un aviso de que la infinidad puede tener un comienzo.

         Pero todo proceso de creación acarrea un sacrificio. En el momento en que nuestra mente se configura con las lenguas que escuchó durante sus primeros años de vida, el resto se tornan en sonidos dispersos, ininteligibles. Adquirimos la infinidad inhibiendo la potencia infinita de posibilidades de aprender otros idiomas. Una torre de Babel en cada uno de nosotros.

         La existencia de la capacidad lingüística, más que suerte, es necesidad. Con ella poseemos lo revocable, creamos narrativas que nos acercan a verdades para trazar un camino que nos lleve fuera de la caverna que, al igual que la lengua, él mismo crea. Si existe el tiempo de Dios, el Kairós griego, existe el tiempo humano, el lenguaje, pero a diferencia del tiempo físico, el lenguaje sí sucede con destino.

         Al tener una finalidad comunicativa el lenguaje inhibe la entropía, no sólo epistémica sino lingüística. Para Umberto Eco (1932-2016), la precisión de un enunciado es determinante para que no surjan malentendidos, pero por encima de ello, la existencia de un código, llámese sistema lingüístico, es la variable determinante para que el caos de la comunicación tenga sentido.

         A su vez, los verbos, como átomos, erigen la estructura para hablar de la historia. Pasado, presente y futuro sólo son flexiones dentro de la misma raíz semántica, nociones cognitivas que permiten percibir y conocer que el antes existió y el después es una posibilidad. Si bien teorías como el presentismo argumentan que sólo el hoy es tangible, el tiempo gramatical aprueba que lo relativo y lo absoluto convivan a través de oraciones gramaticales. Con el lenguaje, el viaje en el tiempo es posible. El tiempo pudre todo, hasta sí mismo y con él la existencia. No habrá más entes que nominen, el tiempo sólo conservará su cualidad de variable universal alejada de cualquier significado y la pregunta del árbol que se cae en el bosque, pero nadie escucha, tendrá solución.

         La nada, dispuesta como resultado último de la entropía, derivará en que no existan personas que nombren ni abstracciones que ser nombradas, cada sílaba se desintegrará en el caos. Nada sucede y sucederá jamás. El lenguaje perderá su sentido y el tiempo su significado.

 

        

III. La eternidad (se) acaba en la lengua // Aión

 

De pequeña creía que el poder de las palabras era invencible, que cada ofrenda lingüística que enviaba al universo llegaría, con el letargo de los años, a ser escuchada por las partículas que lo conforman y, a cambio, éste me concedería un deseo. Mi solicitud, como la de tantos otros, se perdió en el tiempo y lo único que envejeció fui yo.

         Narrar, no sólo la historia de la humanidad sino también los recuerdos, permite que el lenguaje sea nuestro cúmulo de experiencias con la eternidad. Las palabras nos motivan en el tiempo y a su vez nos permiten viajar con y a pesar de él.

         Procesos cognitivos como la metáfora y la metonimia vuelven al paso del tiempo en singularidades lingüísticas. Diacronía y sincronía convergen para gestar nuevas formas de decir el futuro. Palabras tan usadas en la actualidad como scrollear tuvieron su origen en objetos tan específicos como el scroll que utilizaban los actores hace miles de años, de esta misma palabra deriva el término rol (Irene Vallejo, 2019).

 

Para muchos físicos, el espacio y el tiempo son dos caras de la misma moneda; para mí, el lenguaje es la pieza angular que permite que el tiempo y el espacio no sean sólo fenómenos que experimentar sino dimensiones que vivir. Cada pensamiento nos hace conscientes de que existimos, cogito ergo sum, porque el lapso que tomamos para pensar nos dice que el tiempo pasa.

         No conozco otra forma de conocer que no sea por medio del lenguaje; con señas o sonoridades, la humanidad permite que abstracciones como el pasado, el presente y futuro sean visibles y maleables. La lengua le da un sentido al proceder de la existencia y, cuando toda forma de comunicación perezca, así lo hará nuestro entendimiento del universo. En una época donde se priorizan tanto las investigaciones duras, las teorías exactas, y se dejan de lado a los estudios sociales y las humanidades, cabría recordar que, sobre todas las cosas, la ciencia es un asunto de palabras.

 

 

 

Referencias

Eco, U. (2016). La estructura ausente: introducción a la semiótica. Debolsillo.

Vallejo, I. (2019). El infinito en un junco. Siruela

Viejo, X. (2012). Hablar en tiempo. Trabe

 

 

 

Anita Porragas es licenciada en Lengua y Literatura Hispánica por la Universidad Veracruzana, aficionada a la física y escritora de tiempo incompleto.

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