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Fuera de orden

pergoladehumo

Melissa Castillo


Mis días pasan en soledad, vigilando las novedades que se atraviesan por mi balcón. Yo prefiero quedarme encerrada en casa donde los peligros no me alcancen. En mi hogar todo es como me gusta, se hace como yo quiero y no hay nada fuera de su lugar. Si yo le permitía a mi marido hacer lo que quisiera fuera de la casa, sin preguntas ni regaños; él a cambio me dejaba pretender que yo mandaba adentro. Cada parte estaba milimétricamente acomodada. Sábanas de blanco inmaculado que se lograba con un menjurje de químicos. La misma madera, en el mismo tono, para todos los muebles. Me enorgullecía invitar a mis amigas y que alabaran mi sentido del diseño.


Ilustración Silvia Gaudenzi


Nunca olvidaré el día en que vino a vivir con nosotros. Mi marido lo trajo al regreso de un viaje. -Aquí no hay lugar para eso- le dije, porque no lo había, era de colores chillantes y contrastaba con los blancos y beiges de toda la casa. Él insistió en que le dejara por lo menos decorar un pequeño rincón de la credenza de la sala. Me convenció, como siempre, porque al final de cuenta el poder me lo había dado él y él también me lo podía quitar. Lo dejé pasar, pero cada vez que mis ojos se topaban con ese objeto, la mezcla de colores brillantes arruinaba la seriedad monocromática de mi sala. Mis amigas, que tanto admiraban mi buen gusto, empezaron a darse cuenta de la disonancia. Sentía como si una pieza del rompecabezas estuviera desacomodada.

Pasaron los días, y para mi sorpresa, mi marido trajo algo más. Un cuadro, grande, de ningún artista, de esos hechos en masa que están llenos de pinceladas sin sentido. Esta vez ni me preguntó ni me intentó convencer, sólo lo colgó y me miró, esperando a que yo dijera un cumplido de su nuevo adorno. Evidentemente nunca mencioné nada bueno al respecto, al contrario, verlo me revolvía el estómago. Ahora cada tanto tiempo había algo nuevo, feo, desubicado y que ya no sólo llegaba a ocupar un lugar, sino también a remplazar lo anterior. Ver esos objetos representaba perder el poder que había ganado con tanto esfuerzo. Parece poco, pero dejarlos ahí significaba que después iba a empezar a hacer su santa voluntad en mi territorio, añadiendo más cosas de mal gusto, como sus hijos bastardos.

Una noche no pude dormir. Me quedé despierta, mirando al techo, blanco, perfecto, aún sin modificar, pensando ¿acaso estaba perdiendo mi lugar en el hogar? ¿dónde quedo yo, mi identidad? Con cada cambio yo iba desapareciendo. Me fui cuando ya no quedaba nada más de lo que había construido, porque sabía que faltaban días para que ahora, a quien remplazara, fuera a mí.





Melissa Castillo es antropóloga lingüista y especialista en estudios de opinión por la Universidad Veracruzana, con un enfoque en la erradicación de la discriminación lingüística. Nació en Tampico, Tamaulipas, tierra rodeada de mares y leyendas sobre extraterrestres, aunque ha vivido la mayor parte de su vida en diversos municipios de Veracruz. Ha colaborado en la revista digital Atrabancadas y actualmente se desempeña como intérprete de inglés.

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