Amado Peña
El miedo a la poesía
En este momento, mientras enfrentamos conflictos y panoramas mucho más grandes, queremos nuestras riquezas, los caminos de la fuerza. Consideremos nuevamente el deseo humano, su fe, los medios por los cuales la imaginación nos encamina a superarnos a nosotros mismos.
Si existe el sentimiento de haber perdido algo, tal vez sea porque mucho de lo que existe aún no ha sido utilizado, hay mucho todavía por descubrir y darle un comienzo.
Siempre se nos dice que todos nuestros recursos humanos deben ser utilizados, que nuestra civilización tiene como fin utilizar todo lo que está a la mano – invenciones, historias, cada pedazo de información. Pero existe un tipo de conocimiento – infinitamente valioso, más resistente al tiempo que los monumentos, heredado de generación en generación y de cualquier forma posible: que nunca debe usarse. Y eso es la poesía.
Me parece que justo en este lugar nos achicamos, nos empobrecemos. Creo que desestimamos una fuente de poder, una que precisamente necesitamos. Ahora que se nos dificulta sostener por un instante en la mente los gigantescos grupos de acontecimientos y significados que ocurren todos los días, es hora de recordar otro tipo de conocimiento y de amor, uno que siempre nos ha permitido alcanzar conjuntos de emociones y correspondencias, es esa una actitud como la actitud de la ciencia y otras artes hoy en día, pero con distintiva hermosura e importancia –la actitud que tal vez dote a nuestra imaginación con las herramientas para hacer frente a nuestras vidas – la actitud de la poesía.
¿Qué tipo de ayuda podemos encontrar aquí?
La poesía es, sobre todo, una aproximación a la verdad del sentimiento, y ¿de qué nos sirve esa verdad?
¿Cómo utilizar el sentimiento?
¿Cómo utilizar la verdad?
No importa lo confuso que parezca el escenario de nuestra vida, no importa qué tan heridos estén quienes enfrenten ese escenario, se le puede hacer frente, podemos continuar buscando nuestra completitud. Si utilizamos las riquezas que ahora tenemos, nosotros y el mundo mismo podemos continuar como una sola plenitud. Podemos crecer a cada instante si podemos hacer que este instante coincida con nuestras vidas. Para lograrlo, necesitamos entender nuestras riquezas y a nosotros mismos. En tiempos de sufrimiento, largas guerras, y la apertura de los panoramas, no existe riqueza alguna que podamos darnos el lujo de pasar por alto o malinterpretar. Llegados a este momento, en el que las grandes ideas religiosas se encuentran al alcance de la mano de nuevas maneras, uno entra en un ambiente de posibilidades. Y en ese clima, durante los momentos difíciles y con una idea de mundo, que todas las personas piensan en el amor. Y se vuelcan a formas íntimas del compartir. Al hablar de poesía, tengo que aclarar desde un principio que este tema no ha tenido reconocimiento dentro de la sociedad estadounidense. Sin importar qué tan comprometido se esté con la poesía, es más probable que a la mayoría de nosotros nos anteceda la sensación de estar en contra de ella. Al aproximarnos al tema, puede que encontremos más verdades si en vez de fijarnos desde el principio en la poesía en sí, volteamos la mirada hacia las resistencias para con la poesía. Cada uno de nosotros reconocerá en su propia vida esta resistencia. Los obstáculos que existen en contra de ella son firmes; ya que, tal y como ahora está organizada la vida social, no incide en nuestras vidas. Algunas de nuestras riquezas son buenos índices de todo lo demás. Existen correspondencias que incluyen tantas entidades, que incluso podríamos imbuirles nuestros propios deseos y hostilidades, nuestros juicios de valor y nuestra moralidad; nos servirían para esclarecer todas nuestras demás correspondencias. Entre ellas existen objetivos claves de nuestras actitudes como lo es el conflicto con el individuo, la bomba atómica, la negritud, los comunistas, los judíos, el “papel” de la ciencia, el “papel” del trabajo, el “papel” de las mujeres, y la poesía. Estos puntos son cruciales; nuestra época y nuestra naturaleza ha descubierto su cuestionamiento. Ahora la poesía, en este momento, se posiciona en una curiosa relación entre nuestra aceptación de la vida y nuestra forma de vivir. La resistencia a la poesía ha sido una fuerza activa en el modo de vida estadounidense a lo largo de estas guerras. La poesía como tal, no; o no parece haberlo sido. Parecería que, entre los grandes conflictos de esta cultura, el conflicto de nuestra actitud ante la poesía es evidente. No hay guardias que la vigilen. Podemos ver su expresión, y podemos ver sus efectos sobre nosotros. Podríamos ver nuestro propio conflicto y nuestra propia riqueza si miramos, ahora, a este tipo de arte, que lo han convertido – de entre todas las artes – en el menos aceptable. Cualquier persona inmiscuida en la poesía y en el amor a la poesía debe lidiar, entonces, con el odio a la poesía, y tal vez, todavía más, con la indiferencia dirigida hacia el centro. Llega como un tipo de aburrimiento, como un insulto, como la actitud tradicional de los últimos cien años que ha desdibujado el retrato del poeta a como se le conoce en esta sociedad, que, como dice Herbert Read, “no cuestiona los principios de la poesía – simplemente la trata con ignorancia, indiferencia e inconsciente crueldad.” La poesía para nosotros es extranjera, no la dejamos entrar en nuestras vidas. ¿Te acuerdas de los poemas de tu infancia – los distantes juegos y rimas iniciales que llamábamos ritmos, las pequeñas canciones con las que te levantabas o te ibas a dormir? Así es, los recordamos. Pero desde la infancia, para muchos de nosotros, la poesía se ha convertido en una cuestión de disgusto. La enunciación de la poesía es una cosa: una que se enlista como una proeza de un presentador en una gran cadena televisiva con “buena voz” y “pronunciación correcta,” es la “habilidad para leer e interpretar poesía.” El otro lado de la moneda puede leerse de manera concluyente en la carta escrita hace noventa años por La señora Melville, la esposa del autor de Moby-Dick, a su madre – “Herman ha comenzado a escribir poesía. No debes decírselo a nadie, ya sabes cómo son estas cosas.” ¿Cuál es el origen de tal disgusto? Si le preguntas a tus amigos te darás cuenta de que hay pocas respuestas, repetidas por todos. Una es que el amigo no tiene tiempo para la poesía. Esta es una elección curiosa, ya que la poesía, de entre todas las artes que han existido – música, teatro, cine, escritura – es la más breve, la más compacta. O tus amigos pueden hablar acerca del aburrimiento que les genera la poesía. Si escuchas esto, continúa preguntando. Te darás cuenta de que el “aburrimiento” es una respuesta encubierta que esconde diferentes significados. Una persona te confesará que ha sido alejado para siempre por la estéril disección de los versos en la escuela, y que ahora se desilusiona al pensar un poema como una serie de construcciones. Espera mucho más de ella. Otro dirá que regresó de ver escenas de la guerra a un salón de preparatoria solo para leer “Bobolink, bobolink / Spink, spank, spink.” Un científico de primer nivel buscará, para su desesperación, un marco formal de referencia en la poesía de otra época, y se dará por vencido. Uno confesará que, no importa lo mucho que lo intente, no puede entender la poesía, en particular la escritura moderna. Es intelectual, confusa y sin música. Uno dirá que es intencionalmente oscura. Otro que no es aplicable a la situación en la que él se encuentra. Y casi cualquier hombre dirá que es amanerada: es verdad que la poesía es un arte con tendencias sexuales sospechosas. En todas estas respuestas, nos encontramos un escabullirse continuo que es clave para todas ellas, y que es lo suficientemente fuerte como para ser más que una resistencia directa. Esta resistencia tiene la cualidad del miedo, expresa el miedo a la poesía. Trabajando con personas y poemas, he descubierto que este miedo presenta síntomas de un problema psíquico. Un poema invita, exige. ¿A qué invita? Un poema te invita a sentir. Más que eso: te invita a responder. Y mejor que eso: un poema invita una respuesta total. La respuesta es total, pero se alcanza a través de las emociones. Un buen poema se apodera de tu imaginación de manera intelectual – es decir, cuando lo alcances, también le alcanzarás en la inteligencia – pero el camino es a través de la emoción, a través de lo que llamamos sentimientos.
Amado Peña (Tuxtla Gutiérrez, 1985) es poeta y traductor. Actualmente dirige el Canon Accidental, editorial independiente especializada en traducción.
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