Nicte-Há Ziüg
Duelo
Ayer desperté siendo agua, todo en mí deseaba extirpar, encharcarse. La madrugada no sació el golpe. La cama se volvió mi vehículo interno. Sin quererlo me hice de un nido inacogible. Cuando desperté este cuerpo me seguía llorando. Llorando. Arrastrada por la inmovilidad. En espera de sonidos-vibración-ecoooos. La inundación fue tal que hoy amanecí desierto.
Iguales
Ella y yo nos hemos encontrado muchas veces, nunca sé qué decirle. A ella nadie la toma en serio, a mí me consideran para toda opinión. Incluso si no tengo nada que decir al respecto. A ella nadie le cree, a mí todos me preguntan. A ella la censuran, demasiado emotiva. A mí me piden que escriba lo que pienso, a ella le quitan la palabra, qué importa su verdad. A mí me dejan hacer silencios extendidos con tal de destruir a todas ellas. Alguna vez nos criaron junt-a-s. Hoy, ni ella ni yo nos recordamos.
Encerrada
¿Esconderse? ¿Guardarse? ¿Cuánto se puede restringir un territorio propio? ¿Tengo uno? Veo que mi presencia se difumina. Cruzo la calle. No está. Cruzo un puente. Acá andaba. Salgo de una puerta y es territorio de nadie. Cierro con llave. Juran que esa es mi casa. Sin papeles. Es mi casa. Es tu casa. Cuando entro, ahí es dónde pertenezco. Especie en extinción conservada en un zoológico. Cuando salgo, pertenencia de ell-o-s.
Aquel famosísimo Ahora
Dicen que soy muy joven.
—¿Qué tanto? —pregunto.
—Lo suficiente —aseguran.
Miro mi reflejo y no lo entiendo, pasan los días, los meses, los años y me esfuerzo por saber qué tiene de bueno ser muy joven. Tan sólo me equivoco en el intento. Apenas pasan otros años y escucho decir:
—Ojalá fuéramos tan jóvenes, como tú, y poder hacer todas esas cosas de ahora.
—¿Qué cosas? —me extraño.
—Pues… Me repugno. Me repugno por no vivir. En este tiempo. Por no sentirme. De ahora. Me culpo por no saber ser mi juventud. ¿Y dónde están todas esas cosas? —Ja. Tampoco lo saben.
Chocante
Pollito recién matadito, dice el letrero fosforescente que cuelga de la lona rosita. La gente se acerca, “me da dos pechugas sin pellejo, por favor”, el puesto se equilibra entre hilos y fierros vecinos. Pintoresco dicen algunos, cochino dicen otros. Voltea hacia el suelo, la huella de un tianguis, dermis de capas y capas con grasa negra vegetal. Nadie se molesta en despegarla. Lunar mal expandido. Alguien tira un chicle. Plasta. Alguien dispara un gargajo. Plasta. Detrás del puesto un perro (o un hombre). Orina. Todo junto se integra entre las suelas de zapatos. Alquimia. Un menjurje muy especial. Por allá se ve un cubrebocas, hace conjunto con las tapas de refresco encapsuladas sobre el chapopote. El fino corte sobre la piel fría y blanca, la sangre congelada exhala, se unta sobre la corteza rocosa del suelo. Parece que los puestos son la plaga restante de esta criatura, excepto que su piel no está fresca. Demasiado tiempo en el mismo lugar. “¿Qué se te antoja, mi cielo?”, dice la abuela. “Pollito fresco, no”, rotunda la niña. Cara de susto. Abuela no mira a la cría. Niña baja mirada, junta las cejas y sin voltear siente la presión en su mano. Falsa compostura. Abuela reprende. Alza el cuello sin ver a Niña: “Todo por eso no le quite el pellejo a ese grandote”. El carnicero saca el utensilio más brillante. Sostiene al cadáver inmóvil. Hiperextiende su brazo. Pelos de axila. Se aprietan los párpados. Cae. La gota deja de exhalar. “A ver si esta niña deja de ser tan chocante”.
Autoexplotación
Mi pulso trae prisa, se oye el roce del viento con el metal. La manecilla rota empuja al paso del reloj: tric, tric… La otra tira en sentido contrario: cirt, cirt… Pido detenerme. NO. Mi cuerpo se considera imprescindible. Cree que si me detengo voy a convalecer. No se da cuenta. No me doy cuenta. En mi propio movimiento convalezco sin pausa:
Tric, cirt
Tric, cirt
Tric…
Metrobús
No hay mucho, sólo agua corriendo entre huecos guardianes de polvo. Del paso de los cuerpos queda un rastro entorpecido por el dolor insanado. De las pieles nómadas queda la humedad sin brillo, sin resplandor, sin trazo. El único gesto permanente es El empuje: (1) una mano sobre el frío inoxidable desatando el cerco de un camino; (2) otra mano presionando el andar de alguien; (3) un codo presionando la costilla ajena; (4) una mirada presionando el trasero de una mujer; (5) un niño presionando la paciencia de su madre; (6) un policía presionando la escucha de una anciana; (7) una bici presionando al tráfico; (8) yo, con la noche, pidiendo que me conceda minutos para no desaparecer.
Ilustración Eara
Nicte-Há Ziüg. Originaria silvestre de Iztapalapa. Poeta y mediadora comunitaria en la gestación de espacios lectores y escriturales con niñas y mujeres. Fue parte de la primera generación de la Escuela Feminista Comunitaria de Creación literaria (Ingrávida). Interesada en los procesos de co-edición y autopublicación, cuenta con diversas colaboraciones, entre ellas: “La era de la Ciclicidad sangrante” (Énpoli, 2022); Resonar por los bordes (Mujeres escribiendo desde las periferias, 2022); “Conjuro especulativo” (Anfibias Literarias, 2021), Fanzine Nuestro Cuerpo, Nuestro Territorio (2020). Su cuento “Memoria Solar" fue reconocido con el segundo lugar en el Premio Nacional para Mujeres Cuentistas de Ciencia Ficción, 2022: Imaginarias.
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