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El sueño de Schaeffer


Gera Ronzón


Igual al oído que, ante el sonido constante y repetitivo de la cigarra, difumina su atención, escuchando ya no el sonido llamativo y extraño, sino la maraña entretejida que conforman los ruidos de la atmósfera nocturna como un todo unificado, sin elementos discernibles; así pareciéramos asentar las innovaciones tecnológicas en nuestra vida diaria; algunas más que otras, sin embargo. Parece más difícil aceptar la reproducción asistida en parejas del mismo sexo que el acto de escuchar música en formatos digitales y en streaming, aunque en ambas acciones los actantes —adultos fértiles y músicos, genitales e instrumentos— estén ausentes en la experiencia, quedando sólo una reminiscencia de fluidos y música, de células y sonidos.

Haya sido el encierro, o un sesgo pronunciado en mis preferencias personales lo que me hizo fijar la atención en las innovaciones musicales que han venido suscitándose en las últimas décadas, lo cierto es que hay personas en el mundo imaginando nuevas formas de escuchar y experimentar el sonido; nuevas formas, también, de crear experiencias indescriptibles en aquel espacio singular y solitario donde los auriculares desplazan la voz de nuestra mente y emerge la fantasía y el sueño. Fueron los concretistas quienes, guiados por un antiguo concepto pitagórico, murmuraron las conjeturas del futuro que habitamos. Acusmática, el sonido escindido de su fuente; se piensa que Pitágoras impartía sus clases tras una cortina, vedando su figura, sus labios y sus gestos para que sus alumnos se concentraran puramente en las palabras, en el sonido. Pierre Schaffer en 1955 propuso el término para describir una música escindida de sus instrumentos y de sus emisores. La posibilidad de grabar sonidos en cintas magnéticas y vinilos produjo una situación análoga a cuando las palabras fueron abstraídas de la boca de las personas y del sonido para plasmarse en un sistema de escritura. Es la música fija e inalterable, es la música-texto. Todo audio, testimonio de un evento sonoro único en el mundo. Ahora podemos entrar a nuestro servicio de streaming de preferencia y reproducir cualquier canción, sin necesidad de que Madonna tome un vuelo a Xalapa para susurrar sus Bedtime stories en nuestros oídos. En una época donde el contacto con el otro fue sinónimo de enfermedad y muerte, recluirnos en nuestros audífonos resultó una alternativa viable para evitar un ataque psicótico.

Por otra parte, el capitalismo no hizo oídos sordos a la estruendosa posibilidad económica que conllevó, en un principio, fijar música en objetos físicos y venderla; ni luego de transmitirla directamente en los dispositivos móviles y computadoras de consumidores a través de streaming. Allí donde el capital interviene, homogeniza. Allí donde insistió profundamente el sueño de crear experiencias sonoras inolvidables, atmósferas imposibles, de experimentar con las habilidades de grabación, de manipulación tímbrica, de aleación de sierras con el retroceso de una puerta recién abierta, llegó la ambición de capital a insistir más bien en la repetición, la fórmula comercial, sonidos homogéneos, música de creación rápida para consumir, usar y desechar como el plástico, como comida rápida. Este tipo de música no se realiza como necesidad de un grupo social para expresar sus tradiciones, su forma particular de entender el sonido, el ritmo, el goce, sino que es guiada por su rentabilidad económica. A este modo de crear se oponen los creadores que buscan expresarnos su universo interno, las peculiaridades de su grupo social, una visión particular de su gusto musical.

Ahora bien, dentro de los avances tecnológicos y paradigmáticos que se han suscitado en las últimas décadas se encuentra la posibilidad de crear música de forma digital. Lo que antes hubiere requerido una enorme mezcladora, cintas magnéticas, conocimientos de ingeniería en audio y mucho capital ahora puede realizarse con una computadora personal. Esto ha permitido un auge de creadores independientes, donde las propuestas musicales tienen la oportunidad de desapegarse de la estética impuesta por las corporaciones y las disqueras. Las posibilidades son infinitas, y las ganas de crear también lo son. Esta nueva forma de producción musical da paso a que distintos creadores puedan permitirse un retorno a una creación enfocada en la innovación y en la búsqueda de un estilo propio.

Ante este paradigma, pareciera incubarse una tradición peculiar e interesante en el seno de la música electrónica de la mano de creadoras y creadores pertenecientes a comunidad LGBTTTIQ+, específicamente de la comunidad trans, cuya historia se encuentra íntimamente relacionada con el desarrollo de la música electrónica y los sintetizadores. Fue Wendy Carlos, mujer trans, pionera en la ingeniería de síntesis y co-creadora del sintetizador Moog modular, fundamental para entender el desarrollo y los sonidos característicos de la música popular de la década de los sesenta. A partir de su ejemplo, múltiples mujeres trans han destacado como artistas de música electrónica, tal es el caso de Sophie.

Particularmente, Sophie formó parte de un movimiento contracultural, mayormente consolidado a través de internet, llamado PC Music, donde la consigna era la creación de un pop hiperbólico, que resaltara las características más exageradas del pop actual y volverlo una reacción en contra del consumismo y el capitalismo musical. Ella fue pionera en el movimiento, y su trabajo es innovador y fresco, sin embargo, no por ello fácil de digerir en una primera escucha. Su propuesta es arriesgada, apuesta por un estilo que va de lo industrial a lo meloso, sin dejar de cautivar a cada momento, ni de sorprender. Los sonidos se transforman, una voz deviene en una suerte de estructura metálica que se desenreda hasta alcanzar el silencio al final de Faceshopping, canción que crítica la fijación cultural por el rostro y el marketing. Así también el consuelo emocional de canciones como It’s ok to cry, que reivindican la expresión de las emociones difíciles a través de la normalización del llanto. La historia de Sophie, sin embargo, culmina de forma trágica con el anuncio de su fallecimiento el 30 de enero del 2021, en circunstancias misteriosas.

La música, si no se encuentra en conversación con la realidad social de los creadores, pierde la oportunidad de ayudar a los miembros de una comunidad a encontrarse a sí mismos, de construir una identidad comunitaria basada en las necesidades emocionales de los integrantes, de sus historias de vida, de sus formas de habitar el mundo. Me alegra, no obstante, que existan creadores que ocupan la música para explorar su universo interno, sus inquietudes y aficiones, pues al conocerse a sí mismos ayudan a los demás a conocerse. Esto es algo que una música desarraigada, comercial y capitalista no puede brindar a los individuos.



Gera Ronzón (Xalapa, 1997). Persona no binaria. Obtuvo mención honorífica en el Premio Nacional al Estudiante Universitario de la Universidad Veracruzana, en la categoría José Emilio Pacheco de poesía. Miembrx del comité editorial de Pérgola de Humo. Cantante, productorx y compositorx en su proyecto musical Eara.









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