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El colmo de la mala suerte

pergoladehumo

 

 Amiie Aguirre

 

Ernesto Che Guevara Hernández había nacido por error, cuando su madre después de diez hijos no creyó que a sus cincuenta y cinco años pudiera tener más; y cuando su padre, el buen Ernesto, había quedado estéril por exponer al calor extremo sus testículos. Fue sietemesino, pasó un mes entero en una de las viejas incubadoras del IMSS. Al salir del Hospital no probó bocado durante doce días, solo durmió y durmió. Los médicos que lo revisaron dijeron que era normal pues había recibido por sonda todos los nutrientes necesarios para vivir, mientras que la curandera de la colonia lo catalogó de milagro y con una enorme torta bajo el brazo. Pero de la torta, Ernesto Che jamás saboreó ni un tomate.

A los cinco años lo llevaron al jardín de niños; era tan pequeño, pero tan pequeño, que el primer día de clases se perdió entre la multitud, pasaron horas buscándolo hasta que lo encontraron sentado atrás de una maceta, jugando con piedras a los soldaditos. Su madre, doña Liova, sólo repetía: ya me lo pisaron, ya me lo pisaron.

A los diez años ya era un gran jugador de futbol. Todos en la cuadra lo querían en su equipo, anotaba los mejores y más interesantes goles, hasta que un día y corriendo eufórico después de anotar el penal de la victoria, sus pies se enredaron en sí mismos, provocando un aparatoso accidente que lo dejó fuera de las canchas por el resto de su vida.

Ni hablar de la epidemia de diarrea que azotó a la comunidad, donde sólo él se enfermó. O del dengue: fue el único en su familia que lo contrajo. La varicela lo dejó con enormes cicatrices por todo el cuerpo. A los quince años le cayó un rayo mientras metía la ropa para que no se mojara. Sí, a Ernesto Che le pasaba de todo, lo cagaban los pájaros, lo meaban los perros, en el bolo no le tocaba dinero, en las piñatas le pegaban con el palo, la caca se le embarraba en los zapatos. Eso sí, nunca se le vio cabizbajo, la sonrisa en el rostro predominaba hasta en los peores momentos, hasta cuando lo atropellaron con un carrito de elotes.

Ernesto Che no era guapo, del accidente a los diez años quedó cojo, por el dengue medio sordo, de la varicela cacarizo y del rayo tuerto, pero tenía una labia que arrasaba en los cortejos. A diario lo veía pasar con una muchacha distinta.

Recuerdo la noche en que nació. Doña Liovita pasó a la tienda por veinte pesos de galletas ovaladas cuando la vi doblarse del dolor. Rápido le acerqué una silla y le ofrecí agua, estaba pálida como si acabara de ver al mismito diablo, sudaba a mares y pegaba unos gritos que hasta los perros se angustiaron. Yo me acerqué y le dije en broma:

—Ay, doña Liovi, hasta parece que va a parir.

Cuando de repente le salió entre las piernas el Ernesto Che. Tremendo susto nos llevamos. Yo por la impresión y ella por la sorpresa. Quién diría que los viejos cogen. Desde ese momento no dejé de ponerle atención a ese pobre bastardo y toda su vida la he visto pasar como si de una novela se tratara.

Sólo una vez intentó suicidarse. Se tiró de un puente para ahogarse; con lo que no contaba es que resultaría con una pierna rota, para colmo la buena, pues esa mañana los de la presa cerraron las compuertas. Hablé con él y lo convencí de que la vida es hermosa, sin importar qué tan pinche feo y cojo estés. Y para que se alejara de los malos pensamientos, le di trabajo en mi tienda. 

Hoy la suerte apareció. Llegó muy feliz a trabajar, se había encontrado cien pesos en el camino, para después se toparse con Sandra, la muchacha de la que siempre estuvo enamorado, invitándola a salir y obteniendo un sí de inmediato. Todo el día no paró de hablar de la cita que tendría por la tarde. En punto de las seis se fue a casa, se puso sus mejores garras, se perfumó y compró flores. Quedó deslumbrado al ver a su enamorada esperándolo al otro lado de la calle, que cruzó sin mirar. Por poquito lo atropellan, pero un buen samaritano lo jaló a tiempo. Se recompuso y mirando a Sandra caminó hacia ella; tan embobado iba, que no se dio cuenta de la pelea de perros a unos metros, los cuales corrieron en dirección a él, pasándolo a traer y provocando que cayera al suelo golpeándose en la cabeza. Ernesto Che perdió la vida.

 

 


Birmingham Museums, Unsplash
Birmingham Museums, Unsplash

 

Amiie Aguirre es autora de los libros Desorden Mental, Erótico y Curiosidades. Ha participado en antologías nacionales e internacionales, así como en revistas digitales e impresas. Sus cuentos se han leído en España y Sudamérica. También ha incursionado en la dramaturgia con varias piezas entre las que destaca Vulvísimas.


 

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