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Cóndores no entierran todos los días: Arquetipo del poder violento en América Latina


Wsneider Cano Montoya

La violencia política ha sido el rasgo característico de los pueblos latinoamericanos. Se ha perpetuado tanto que no es descabellado tildar este tipo de violencia como arquetipo de las confrontaciones que han desangrado los pueblos de esta parte del mundo. Un ejemplo específico, pero no por ello menos latinoamericano, es Colombia. Este pueblo no sabe, históricamente, lo que es la paz. Desde su independencia del dominio español, las guerras intestinas le han estado carcomiendo. Podría decirse que Colombia es (porque aún hoy lo sufre) un claro ejemplo del complejo caínico: el hermano que mata al hermano. La historia de este rincón del mundo tiene en su haber muchas guerras, pero aquí se abordará una en especial: la época de la violencia. Dicha contienda se dio a finales de la década del cuarenta del pasado siglo, teniendo como detonante la muerte, el nueve de abril de 1948, del “caudillo” liberal Jorge Eliecer Gaitán.

Mucho se ha escrito sobre este momento en la historia del país; sin embargo, desde la literatura, hasta el día de hoy, una novela escrita y vivida por Gustavo Álvarez Gardeazábal (Tuluá, Valle del Cauca, 1945) sigue siendo el más grande referente para entender desde dentro el verdadero límite de la contienda entre los dos partidos políticos imperantes del momento, a saber: liberales y conservadores. El título de la novela es Cóndores no entierran todos los días, título enigmático que devela su sentido real en las últimas líneas, donde el autor da una última estocada a su personaje principal, llamado León María Lozano.

La novela narra la vida de un habitante de Tuluá, pequeña ciudad ubicada en el departamento del Valle del Cauca. León María Lozano era un hombre de a pie, común. En su juventud trabajó como librero, hecho que no lo determinaba en cuanto a aspiraciones intelectuales. El inicio de la novela nos muestra al personaje siendo testigo de un hecho aberrante: una persona pasa a cuestas de un caballo, completamente envuelta en fuego. Esta acción es muy importante en la trama del libro, porque allí comprendemos que esa persona fue incinerada por un grupo de liberales, dejando comprender que pertenecía al bando opuesto: el partido conservador. El ser testigo de dicho suceso tuvo una enorme repercusión en el espíritu de León María, quien era profeso militante de los conservadores. Para dejar claro la postura política de ambos bandos puede sintetizarse como sigue: los liberales eran aquellas personas que entendían la libertad de acción y pensamiento como fundamento para la creación de un estado acorde a las exigencias del momento (gran influencia del sistema de los Estados Unidos); por su parte, los conservadores comprendían que el mantenimiento del status quo, entendido como el control por parte de la aristocracia y el sustento moral de la iglesia católica, era la mejor forma de “conservar” lo que se tenía desde siempre. Estas condiciones eran por sí mismas, ingredientes para el derramamiento de sangre.

Volviendo a la narración, posteriormente León María consigue, gracias a la ayuda de una reconocida dama liberal, Gertrudis Potes, un puesto como vendedor de queso. Hasta aquí el personaje no es relevante en su entorno, pero todo cambia el día que se anuncia en la radio el asesinato en la ciudad de Bogotá, del líder liberal y máximo candidato a la presidencia, Jorge Eliecer Gaitán. Esto tuvo su repercusión en la pueblerina Tuluá, incitando a los liberales que allí vivían a tomar justicia por mano propia, intentando quemar el colegio de los salesianos, construido con el apoyo de personajes conservadores. Dicho colegio está ubicado aledaño al hogar de León María, quien en un acto inesperado de valentía, enfrenta a la turba, lanzándole un taco de dinamita. El hecho no deja víctimas, pero sí crea en el vendedor de quesos la idea de ser fiel a los ideales conservadores y en los demás habitantes del lugar, como héroe y villano a partes iguales. El siguiente hecho relevante es el deseo de arribar a Tuluá de algunos máximos dirigentes del partido conservador, quienes pretenden organizar un grupo de personas que estén en disposición de defender la causa, incluso si tomar las armas es necesario. Debido a la tensión generada por la guerra declarada por ambos partidos, los principales conservadores de la ciudad evitan tomar en sus manos la responsabilidad de estar al frente de tan compleja empresa. Es allí donde León María, gracias a la fama adquirida por evitar la quema del colegio, y viendo engrandecido su ego, decide hacerse cargo de un grupo armado conservador. Desde ese momento comienza un continuo paseo de la muerte por las calles Tulueñas y sus alrededores. León María, el vendedor de quesos, el hombre que fielmente iba a misa de seis todos los días, defensor de la moral cristiana y de la tradición conservadora del país, se convierte en el cabecilla de los llamados Pájaros, brazo armado ilegal del conservadurismo. Como lo dijo en algún momento su autor, esta novela es un fiel retrato del poder. Esto es tan evidente cuando la narración nos va mostrando el actuar del personaje; cómo manda a matar, como si de cualquier cosa se tratara, de cuanto liberal hubiese participado en la asonada. Pero no paró allí: expandió su reino del terror a las zonas rurales, donde incluso hizo derrumbar las puertas de una cárcel donde estaban detenidos algunas personas conservadoras. León María perdió la cabeza, aunque sus órdenes eran tan claras que no podría pensarse que estaba loco. No, sus decisiones, que estaban permitidas por ser fiel al partido, no le dejaban ver que, noche a noche, semana a semana, eran asesinados aberrantemente familias enteras, hombres, ancianos, niños, mujeres… todo esto por ser liberales, por ser “la chusma”, como también se les conocía. Así fue el auge de este tímido vendedor, quien de un día para otro se encontró con la posibilidad del poder; posición que de antemano le perdonaba por los crímenes que cometiera.

La danza de la muerte le permite a León María adquirir tanto poder, que los mismos dirigentes del gobierno departamental del Valle del Cauca, son tratados con prepotencia. En uno de los viajes de este a la ciudad de Cali, para exigir que le regresen el puesto de docente a una mujer conservadora, nos narra cómo surge el apodo que le hará famoso. En una de estas oficinas hay un “gringo” que se admira por la forma como León María se dirige al gobernador; es en ese instante que le pregunta a uno de los guardaespaldas de este por su nombre, a lo cual responde: “El Cóndor, líder de Los Pájaros”. Esta comparación al “Cóndor” le maravilló, porque nominalmente le hizo sentir poderoso. Finalmente, después de asesinar a personas reconocidas de Tuluá que eran de los pocos liberales que quedaban, León María logró tanta fama, que todo el país supo de su quehacer, hecho este que le provocó el destierro, pero nunca fue juzgado por los crímenes cometidos, lo que demostraba que la dirigencia conservadora del estado no lo señalaba, debido al “servicio” prestado a la causa.

León María Lozano fue asesinado en la ciudad de Pereira por Simeón Torrente, hijo de uno de aquellos dirigentes liberales que él, tiempo antes, mandó a asesinar. Pero allí no termina la novela; el cuerpo de León María fue trasladado a su ciudad natal, Tuluá, para ser enterrado allí, en el mismo cementerio que él llenó de huéspedes. Aquel día todos los habitantes se encerraron en sus casas, porque sabían que la venganza sería grande: “las puertas están cerradas hoy, y mañana estarán casi que selladas… Cóndores no entierran todos los días”.

Esta novela de Gustavo Álvarez Gardeazábal permite, sin duda, reconocer ese arquetipo que se ha generado en la idiosincrasia del poder político en América Latina. Lastimosamente, las diferentes posturas políticas que existen y han existido en nuestros países terminan bañando en mares de sangre y miseria. El poder que recayó en El Cóndor le llevó a tomar decisiones que marcaron con dolor la historia de Tuluá, y por ende la historia de Colombia. Como reflejo, Cóndores no entierran todos los días nos enseña que el poder desmedido, polarizado, deshumanizado, daña. El fanatismo político, sumado a la posibilidad del poder, es la unión perfecta para que la vida pierda todo su valor y sea reemplazada por ideas impuestas, alejadas de lo realmente importante: el otro como igual a mí mismo. Es por esto que cóndores siguieron y, hasta el día de hoy, siguen reinando por medio del terror.



Fotografía: Jens Holm


Wsneider Cano Montoya (Medellín, Colombia, 1990). Licenciado en Filosofía por la Universidad Católica Luis Amigó. Se ha desempeñado como docente en las áreas de Filosofía, Religión y Ética y Valores. Apasionado de la lectura y la escritura, entendiendo estas como la posibilidad de ser muchos otros para, finalmente, encontrarse a sí mismo.

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