Eduardo Omar Honey Escandón
Poirot asintió con la cabeza a la indicación de Marlowe. Abrió de golpe la puerta tras darle una fuerte patada. Ingresaron a la habitación y encañonaron al secuestrador, quien apuntaba con una pistola la sien de la víctima arrodillada en el suelo.
—Lupin —dijo lentamente Poirot mientras se abría a la derecha—, es inútil que te resistas. El edificio está rodeado y no tienes escapatoria. Ríndete, suelta a Miss Marple y eso beneficiará tu condena.
—¡Deténgase allí o disparo! —exigió Lupin—. Ninguno de nosotros tiene escapatoria, ¿no te has dado cuenta Marlowe? Tú, Poirot, ¿no lo recuerdas?
Sin dejar de apuntarle, los dos detectives cruzaron la mirada. Poirot desconocía la sensación, pero Marlowe sentía un profundo déjà vu.
—Es el segundo aviso —continuó Poirot—. Suéltala y punto.
—¿No estás cansado de repetir lo mismo? Bien sabes el resultado —respondió Lupin antes de que una granada se deslizara de su mana derecha.
Poirot disparó sin poder evitar que Miss Marple cayera al suelo muerta por otra bala. Lupin se derrumbó a sus espaldas. La granada, al tocar el suelo, estalló llenando el espacio y el tiempo con una luz cegadora.
—¡Vamos! ¡Ahora! ¡Rompe el ciclo! —clamó Watson mientras a sus espaldas Holmes fumaba en silencio.
—Casi lo logro —contestó Queen—. Lo intentaré de nuevo.
—Lamento mucho la situación Miss Marple, pero la situación siempre nos conduce a este destino —dijo Lupin a la mujer a sus pies—. Por favor quédese allí mientras intento convencerlos.
—Pero yo fui quien murió la última vez —recriminó la dama con amargura.
—Lo siento, también pasé por eso… —contestó Lupin cuando la puerta se abrió de golpe y dos hombres entraron a la habitación.
—Lupin —dijo lentamente Poirot mientras se abría a la izquierda del secuestrador—, es inútil que te resistas. El edificio está rodeado y no tienes escapatoria. Ríndete, suelta a Miss Marple y eso beneficiará tu condena.
El secuestrador guardó silencio unos segundos.
—Es el segundo aviso —continuó Poirot—. Suéltala y punto. Lupin, al levantar los brazos, no pudo evitar que la granada saliera de su manga derecha y cayera al suelo. Poirot disparó de inmediato y la bala rebotó en el reloj de bolsillo del secuestrador e impactó el cráneo de Miss Marple. En cambio, Marlowe logró darle de lleno al corazón de Lupin deteniéndolo para siempre. Mientras ambos cuerpos caían, la granada, al tocar el suelo, estalló llenando el espacio La farra, César Pedroza y el tiempo con una luz cegadora.
—¡Ahora, Queen! ¡Ahora! —gritó desaforado Watson.
—Lo siento, de nuevo fallé por nada —susurró su compañero, cansado y desesperado después de más de trescientas veces tratando de atrapar el instante preciso.
Holmes fumaba y meditaba en silencio.
Miss Marple maldecía su suerte. Tras una breve investigación logró encontrar la guarida de Lupin. Se llevó una sorpresa cuando descubrió que el lugar no estaba a solas. Tras un movimiento rápido, fue desarmada.
—Al suelo, con las manos detrás de la nuca —exigió Lupin—. Lamento mucho la situación Miss Marple, pero la situación siempre nos conduce a este momento. Por favor guarde la compostura mientras intento convencerlos.
—Pero fallecí la última vez —recriminó la dama con enojo.
—Lo siento, también pasé por eso… —contestó Lupin cuando la puerta se abrió de golpe y dos hombres entraron a la habitación.
—Lupin —dijo Marlowe con fastidio ganándole la palabra a Poirot mientras se mantenía en su lugar—, es inútil que te…
—¡Sherlock! ¡No entres! ¡La paradoja…! —dijo Watson cuando Holmes brincó al portal, apareció en el pasillo y corrió hacia la puerta recién abierta.
—... resistas —continuó Marlowe—. El edificio está rodeado y no tienes escapatoria. Ríndete, suelta a Miss Marple y eso… —se interrumpió al sentir que lo empujaban por la espalda.
Poirot salió proyectado contra el muro más próximo antes de que pudiera reaccionar. Lupin y Miss Marlowe, sorprendidos, se quedaron congelados. Sherlock se lanzó en pos de la granada que caía de la manga derecha del supuesto secuestrador.
Logró atraparla antes que tocara el suelo y ambos rodaron hasta detenerse.
La farra, César Pedroza —¡Las manos arriba! —demandó Poirot apenas se levantó y recuperó su arma—. ¿Quién eres?
—Un detective como usted —respondió Holmes mientras sacudía su ropa, acción que aprovechó para ocultar la granada.
—¿Y Lupin? —preguntó sorprendida Miss Marple tras incorporarse y ayudar a Marlowe a ponerse de pie.
—Huyó, como acostumbra. No es la primera vez que me sucede —respondió Holmes—. No podré agradecerle como a Miss Marple y el señor Marlowe el que pudieran alterar el ciclo para romperlo. Ya se estaba volviendo un fastidio.
Lupin, disfrazado como capellán en bancarrota y tras esquivar a la policía, maldijo y prometió no volver a comprar las armas en las tiendas chinas que aparecen de súbito en cualquier lugar.
Eduardo Omar Honey Escandón (México, 1969). Ing. en sistemas. Participante desde los 90s en talleres literarios bajo la guía de diversos escritores. Publica constantemente en plaquettes, revistas físicas, virtuales e internet. Textos suyos fueron primer o segundo lugar como finalistas. Ha sido seleccionado para participar en diversas antologías. Imparte talleres de escritura para la Tertulia de Ciencia Ficción de la CDMX. Pertenece a la generación 2020-2021 de Soconusco Emergente. Prepara su primera novela.
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