Jonathan Guzmán
En este esbozo de ensayo, atisbo de reflexión, propongo esclarecer el lenguaje de la mística en Bergson y Santa Teresa de Jesús. Esclarecer quiere decir salir de las penumbras, mostrar aquello que desconocemos, en un trabajo de meditación que nos dirige al centro iluminado del problema. Así, haremos una incursión al lenguaje de la mística en la filosofía de la religión de Bergson y el bello poema Vivo sin vivir en mi de la santa. Viraje cuidadoso, cauteloso, en el cual dejaremos abierto el juicio del lector, puesto que las verdades absolutas solamente expresan la perspectiva sistemática de una persona. El ensayo como un diálogo entre la subjetividad y lo absoluto, iluminar ideas sin pretender la gloria: enseñanza de Theodor Adorno.
Justificar implica proponer razones, motivaciones que involucren racionalidad y emoción. De esta manera, mi acercamiento a la mística manifiesta mi preocupación por el fenómeno místico, como una realidad histórica que ha existido en todas las culturas humanas, y que en el caso de nuestra tradición hispánica logra cúspides en la mística clásica española: Santa Teresa de Jesús, San Ignacio de Loyola y San Juan de la Cruz.
Racionalmente, la vía de acercamiento a la mística implica plantear preguntas; preguntas que llevan en sí el germen de la llegada, y nos trazan el camino de toda investigación posible. ¿Es la mística un conocimiento? ¿Cuál es la relación entre mística y lenguaje, es decir, entre la experiencia y la expresión? La modernidad ha establecido que el conocimiento depende del método científico a partir del cual es posible formular leyes universales que expliquen la naturaleza. Así, el conocimiento, en una visión positivista que aún hoy influye al pensamiento, es el que nos proporcionan las ciencias físicas, químicas, biológicas, sociológicas. Sin embargo, la experiencia humana es más amplia que la ontología de estas ciencias, y el abrirnos al lenguaje místico nos brinda una forma de acercarnos al mundo. Y la única vía para comprender la mística es a través del lenguaje de los grandes místicos en la poesía y la prosa. Arriesgarnos a formas alternativas de conocimiento y, en este bello naufragio, vislumbrar la experiencia mística en la poesía, y en el caso de este ensayo, en un poema de Santa Teresa de Jesús.
En Las dos fuentes de la moral y de la religión, un clásico del pensamiento occidental, Bergson propone una caracterización de la mística por medio de dos conceptos: experiencia y amor. La experiencia es la unión total del alma, de la persona, a una realidad trascendente llamada Dios. La experiencia, como una vivencia interior, tiene dos movimientos que podemos denominar ascendente y descendente. Así, el “alma abierta”, el alma que se abre, aspira a una identificación con la Vida, con Dios, y en este plano, el movimiento es ascendente, puesto que el alma, antes cerrada, ahora se abre en la unión del Principio de la vida. Pero esta unión es el primer momento, y está delimitado al ámbito de la contemplación, es un misticismo incompleto. En las reflexiones de Bergson, el Nirvana del budismo, y de otras religiones orientales, es un misticismo incompleto ya que termina en la sola contemplación. La experiencia mística debe prolongarse en acción.
El segundo movimiento de la experiencia mística es descendente, es decir, en el instante en que el alma está en unión contemplativa con Dios, el alma recibe vida y energía de Dios, y entonces la contemplación se transforma en acción; acción en la tierra, en el mundo, de un alma plenamente abierta no solamente a Dios sino a los otros seres humanos. De esta manera, la experiencia mística descrita en Bergson, implica un movimiento que va de la contemplación a la plena identificación de Dios por medio de la acción. La sucesión es la siguiente: <<alma cerrada>> ̶ <<alma que se abre>> ̶ <<alma plenamente abierta>>.
En el esfuerzo por comprender la mística, Bergson nos ha puesto de relieve el carácter contemplativo y activo de esta experiencia. Ahora bien, el otro elemento que configura la mística, y que es lo fundamental en el lenguaje místico, es el amor. El lenguaje de la ética, es en Bergson lo mismo que el lenguaje del amor y de la mística. El <<alma abierta>>, que ha renacido en una vitalidad que proviene de Dios mismo, Quien ha creado por amor, es un alma personal que vive el amor de Dios a sus creaturas y que sale de sí en el amor a la humanidad. Es decir, el ser místico se funde con Dios en el amor, pero no es solamente un amor del alma en Dios, sin duda privilegiadamente, además contiene una dimensión ética de amor a los seres humanos, puesto que, afirma Bergson: “Porque el amor que le consume no es ya simplemente el amor de un hombre por Dios, sino el amor de Dios hacia todos los hombres. A través de Dios, por Dios, ama a toda la humanidad con un amor divino”. De esta manera, el lenguaje de la mística es el amor; amor del alma hacia Dios, y de Dios hacia sus creaturas.
Espero que Bergson nos haya aportado alguna comprensión acerca del lenguaje de la mística, constituido por la experiencia y el amor. Pero no pido mucha consideración al lector, en el sentido de que acepte dogmáticamente lo dicho acerca de la mística, pues nada sería más contrario al espíritu ensayístico que legó Montaigne: la incertidumbre. Incluso la mística no puede dejar de ser, para un individuo en la cultura secularizada, una gran incertidumbre respecto de la realidad. Para el místico, unido con la totalidad, el misterio insondable de la existencia no desagarra su alma; pero nosotros, hijos de la ilustración y de los genocidios, debemos practicar la incertidumbre, incluso de las ideas más arraigadas. Pero continuemos con este ensayo.
Santa Teresa de Jesús, que nos dice en el Libro de su vida que gustaba de jugar al convento cuando era niña, es uno de los personajes más importantes de la mística clásica española, que cautivó al poeta San Juan de la Cruz, lo cual es ya decir mucho. Sin duda, Santa Teresa es una de las mujeres españolas más conocidas en la historia, y las investigaciones acerca de su prosa y poesía están vigentes. Sin embargo, no es mi interés hablar acerca de su vida y la gran influencia de su producción literaria; el cuestionamiento está dirigido a la configuración del lenguaje místico en el poema Vivo sin vivir en mí. Tres son las palabras, los símbolos, que estructuran este inagotable poema: la vida, la muerte y el amor. Para llevar a cabo esta elucidación del lenguaje de la mística en el poema mencionado, haremos un diálogo continuo con la idea de mística que hemos esbozado en Bergson. Así mostraremos la dinámica entre la mística y el lenguaje poético.
En la experiencia mística, el alma personal siente una vitalidad que proviene del principio de la vida; toda la vida es fruto de Dios, y en este sentido, el alma es vivificada en la contemplación y en la acción. En la vida del alma, unida en Dios, la muerte corporal deja de ser un obstáculo, puesto que la verdadera vida consiste en esta unión del místico con lo divino. La muerte corporal, la salida de lo terrenal, es el inicio en la Vida, del alma que es reconocida por el Amado, y que es plena en la experiencia mística. Así, la experiencia mística es la certidumbre, el conocimiento de que la vida supera a la muerte, a la Nada. El poema de Santa Teresa comienza:
Vivo sin vivir en mí,
Y de tal manera espero,
Que muero porque no muero.
El alma mística ha encontrado la vida, y en el ascetismo que es una espera, muere, desespera, ante la promesa filial, la certidumbre, de la plenitud en Dios. Es decir, la experiencia mística del “alma abierta” desespera por la promesa, la cual fue experimentada. Estos versos expresan la vida que encontró el alma abierta, vida que consiste en ser el principio de la totalidad y que desborda el alma. La muerte ya no es la muerte como la nulidad, más bien es la desesperación alegre de una alegría ya sentida. Y en los siguientes versos, Santa Teresa expresa el amor experimentado en la unión con Dios, configurando el lenguaje del amor:
Mira que el amor es fuerte;
Vida, no me seas molesta;
Mira que solo te resta,
Para ganarte, perderte;
Venga ya la dulce muerte,
El morir venga ligero,
Que muero porque no muero.
El amor es fuerte. El alma mística es consumida por el amor de Dios. El amor de Dios es la certidumbre, la esperanza verdadera, de que al morir encontrará la vida y no la nada. La vida terrenal es una transición a la única vida; única vida que la santa ha degustado. Por eso dice “Venga ya la dulce muerte”, pues el encuentro con Dios, la plenitud de la vida, debe ser dulce, alegre, entusiasta. El poema místico Vivo sin vivir en mí muestra la muerte de la muerte, la vida de la vida, ya que, al igual que Bergson, la creación vital es la negación de la muerte. El alma mística superó la muerte en el amor que le ofreció el creador.
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Más de 300 años separan a la Santa del filósofo Henri Bergson. El punto de partida es radicalmente distinto. Santa Teresa, por medio de la poesía, del lenguaje poético, manifiesta la experiencia mística que vivió. Hay una travesía de la mística a la poesía. Bergson es un filósofo, y por lo tanto, no abandona los senderos de la inteligencia. Bergson no es místico, sin embargo, descubre en los escritos de los grandes místicos una experiencia auténtica que él describe en un lenguaje discursivo por medio de los conceptos de amor y experiencia. La inspiración, el móvil es diferente entre Santa Teresa y Bergson. Pero, ¿acaso no vemos la afinidad espiritual entre estas almas separadas por 3 siglos?
Santa Teresa de Jesús escribe para sus hermanas carmelitas, y escribe para mostrar el camino que la llevó al encuentro místico, experiencial, con Dios. Sus poemas expresan la mística completa, realizada, y rememora la dulzura de esta experiencia, la cual ha ganado ya para siempre. La mística es un fenómeno verdadero. La ilustración, la apuesta por la racionalidad y el progreso científico y tecnológico del mundo moderno, a fines del siglo XIX, instauró el positivismo. La mística fue gradualmente olvidada, abandonada a un momento histórico que el positivismo denominaría estado religioso. Pero Bergson lucho ante este positivismo, restituyéndole la verdad a la experiencia mística, tratando de reconciliar el conocimiento científico y el conocimiento místico, que nos dirigiría a la totalidad y una respuesta ética.
En conclusión, nos toca a nosotros, individuos del siglo XXI, reflexionar acerca del lenguaje de la mística, ya sea en su forma poética, prosística, filosófica, teológica, y cuestionar fuertemente si la mística es un fenómeno real que nos proporcionaría conocimiento, o es ya un vestigio histórico con el cual nos recreamos estéticamente.
Semblanza: Jonathan Alberto Guzmán Díaz (Xalapa, 1988), es licenciado y maestro en filosofía por la Universidad Veracruzana.
Imagen: Jonathan Borba on Unsplash
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