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Arriba: donde las cuatro letras



José Arturo Tapia Tamayo


Siempre me ha gustado más Android que iOS. Bueno, mejor dicho, mi salario no me permite costear productos Apple. Seguramente las hormigas que salen de un hoyito bajo mi ventana han tenido una vida más emocionante. Yo no dejo mi cuadra. La calle entre baches y baches mal rellenados. Pintado en una barda de piedra, un antiguo anuncio sobre la venida de un grupo norteño del año dos mil dieciséis a la ciudad, frente a él, tres grafitis entorpecen su propósito caducado. El autolavado que funge como fachada de la tiendita del dealer. Mi casa en medio. La tienda donde trabajo. Arriba: las cuatro letras, siempre las cuatro letras luminosas. Tengo treinta y tres años, no tengo nada más. Todo lo anterior me lo conté a mí mismo.

Un día laboral no muy lejano a éste, acomodaba las bolsas de hielo que recientemente habían llegado. En eso, mi celular vibró. No recordaba haberlo puesto en vibrador, pero lo hizo. Creí que tal vez era una emergencia. No fue así, era una notificación de Play Store. Muy pocas veces llegaban dichos anuncios. Ingresé al celular y observé lo que me advertían. Se trataba de una innovadora aplicación llamada Future talks Musk. No hice caso y terminé el trabajo, me fui para la casa y lo mismo: las cuatro letras arriba.


Pagliacci, César Pedroza


Durante la noche, recostado sobre la cama, la curiosidad le disminuía el peso a mis párpados y se ajuaraba mi sueño. Abrí el celular. Abrí la aplicación. Pantalla azul: dos botones arriba y uno, al medio. Presioné el grande. Presioné play. Me pidió correo electrónico y lo demás. Todo se volcó a la inexistencia. No sólo el lugar se congestionaba en penumbras, sino la oscuridad era flácida ante la gruesa nada. Dos minutos después, dentro de la pantalla del celular apareció mi rostro, pero éste ya había surcado el plazo de unos treinta años. Empezó a hablar. Me dijo que lo habían hecho. Parecía no recordar mucho. Ni siquiera supo que éramos la misma persona. Volvió a decir que lo habían hecho. Al parecer sólo ese recuerdo tenía. No le entendía en realidad, únicamente podía masticar algunas frases, lo otro eran números y ruidos extraños, ruidos que zangoloteaban sus dientes, lengua y cachetes. No sé qué pasaba. Sigo sin saberlo. Dijo que el trabajo desapareció del mundo. Esta palabra se convirtió en tabú. Todas las lenguas lo hicieron; ni un ligero chance para los eufemismos. Posteriormente, habló de una cría. Afirmó, entre sus ojos derramados por los recuerdos y las lágrimas, que tuviera extrema precaución con ella. Una cría de un ser nunca antes visto, uno que nomás en los cuentos y películas podía existir. Seguía sin entender. Le platiqué lo de arriba.

Antes de desaparecer, mencionó que él ya no tenía ni un lugar, ni una pantalla, ni una casa, ni una tierra, ni un nombre sino un número. Su destino, mi destino, nuestro destino; añadió: se apeñuscó en la punta de la lengua de las cuatro cabezas, pertenecientes a la cría de la enorme hidra. Mi yo del futuro partió. Primero lo sentí como advertencia, poco después, como amenaza.

Unas luces rojas y amarillentas despertaron la existencia. Salí y la calle era diferente, dos anuncios. Una taquería. Lo que parece mi casa. No había forma de que fuera la misma ciudad. Mis compañeros eran otros. Vi mi celular, la aplicación envió un mensaje: “Juntos lo hemos logrado, trabajamos por un mundo mejor para ti, reubicación exitosa.”

Ahora, entre rojos y amarillos la hidra nos acompaña con sus cuatro cabezas. Nos vigila. Tengo que volver al trabajo, ahí; arriba: donde las cuatro letras.


Atentamente

Hércules Arias



(Texto hallado escrito en un ticket)





José Arturo Tapia Tamayo (Mazatepec, Morelos, México). Estudiante de la licenciatura en Letras Hispánicas de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos y de la Escuela de Escritores Ricardo Garibay. Miembro del comité editorial de la revista Metáforas al Aire. Ha publicado algunos poemas en las revistas Nocturnario, Diáspora Eviterna, Metáforas al Aire, Pluma e Iguales. Alguien que más que escribir, sugiere: un sugeridor.

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