Daniela Isabel De la Fuente Esquinca
“Niebla”, mi camarada, aunque tú no lo sabes,
nos queda todavía,
en medio de esta heroica pena
bombardeada, la fe, que es alegría, alegría, alegría.
Rafael Alberti
La pragmática estudia el contexto situacional del proceso comunicativo, pero no sólo eso, sino también las relaciones interpersonales entre los hablantes, las normas de interacción social, los actos performativos del habla, la información secreta y compartida entre emisor y receptor, es decir, todos los aspectos extralingüísticos de la comunicación y cómo estos afectan su realización.
Hace unos días me encontraba poniéndome los zapatos para salir de casa cuando mi perro, un cachorro de 7 meses de edad, se dirigió a mí y comenzó a morderme los zapatos. Ya sabía que quería algo, ya fuese que le diese comida, agua o sacarlo de paseo, pero en ese momento mi prioridad era atarme las agujetas de los tenis, pues tenía que llegar a la escuela, así que me vi en la necesidad de poner una barrera entre ambos que le impidiese morderme los zapatos, los tobillos y las manos. Lo único que tenía a mano era el tripié de una cámara, que para efectos prácticos no tenía gran utilidad como barrera, pero era todo lo que había cerca y eso puse entre nosotros, esperando lo que creía sería la respuesta más lógica: el perro atravesaría el tripié y no habría diferencia entre su anterior posición y la nueva. Sin embargo, no fue el caso. En cuanto puse el tripié entre nosotros, el perro cesó su berrinche —debo aclarar algo: no le llamo berrinche al que me pida cosas esenciales para su sano desarrollo, como comida, agua o paseo, le llamo berrinche a su forma agresiva de exigirme cosas muy específicas. Cuando me pide comida, no sólo pide comida. También espera que se la dé en la boca. Si sólo se la sirvo en un plato, no comerá—. Había algo que interponía entre él y yo, pero no era un tripié. Era una barrera simbólica.
Bueno, en realidad no era aún una barrera simbólica, sino un tripié, un artefacto que le era desconocido a mi cachorro y cuyas tres patas de metal lo confundieron. No supo cómo atravesarlas, si bien el espacio entre ellas era suficiente para ser cruzadas por él. Esa confusión probablemente lo asustó. En aquel momento todo lo que pensé fue: “Excelente, ahora podré continuar amarrándome las agujetas, mientras él descubre cómo pasar entre ellas”. Lo hice y después de dejarle comida, aun sabiendo que no la comería, y agua, salí de casa.
Por la tarde de aquel mismo día, cuando ya había regresado, nuevamente el perro intentó morderme los zapatos. Yo estaba sentada en el sofá tratando de ver una película, por lo que pensé que tal vez podría volver a funcionar el tripié como barrera, aún esperando que de hecho no lo hiciera, porque si el perro hubiera querido continuar mordiéndome, todo lo que tendría que haber hecho era saltar al sofá y morderme la cabeza y los brazos. Pero apenas puse el tripié entre él y yo, después de haberle pedido “¡Ya basta!”, el perrito paró y se alejó, y no intentó subir al sofá para continuar su berrinche. Me pareció extrañísimo, pero afortunado. Mi mensaje había sido comprendido. Después de unos 10 minutos o menos, el perro volvió. Yo aún no había retirado el tripié, me había distraído haciendo alguna otra cosa. Febo, que es el nombre mi perro, subió nuevamente al sofá y pensé: “Oh, no, volverá a intentar morderme para conseguir su objetivo, cualquiera que sea.” Pero otra vez me sorprendió. No se acercó a mí, a pesar de haber hecho el gesto de acercarse, algo lo detuvo. Observó el tripié todavía frente a mí actuando como barrera, ahora sí, simbólica, y desechó su idea. Algo en su rostro me dijo que le ponía triste no poder acercarse, y, conmovida, moví el tripié a otro lado para ver qué hacía. Inmediatamente de haberlo quitado, él se dispuso a mi lado y reposó su cabeza en mis piernas. Habíamos hecho las paces. Un minuto después, se fue.
Me pareció interesante cómo Febo, después de un primer intento por transmitirle un mensaje a través de algo distinto de la lengua hablada, de una acción arbitraria como la colocación de un tripié, comprendió mi intención y transformó el significado de ese objeto, dándole un sentido de barrera, de “no te me acerques”. Este suceso que relaté aquí es un buen ejemplo de cómo puede darse un proceso comunicativo sin necesidad de la lengua hablada y cómo, de acuerdo con la información inferida y contextual, se establece un diálogo entre emisor y receptor, permitiendo a ambos comprenderse y establecer significados alejados del significado literal de las cosas. Charles W. Morris dijo que el hombre es un animal simbólico, pero parece ser que no es el único.
Los perros dialogan con sus amos a través de símbolos. Cuando entrenas a un perro, para que comprenda una orden, debe ir acompañada de un gesto con la mano, de modo que, incluso si no dices la orden, pero realizas tal gesto, el perro obedecerá. Para que el perro comprenda este gesto, tendrá que haberle designado un significado y tendrá que saber que está siendo dirigido a él. Por supuesto, el perro no le asigna un significado la primera vez que observa el signo, sino que lo hará más adelante, una vez que hayan ensayado amo y mascota muchas veces dicha orden. Del mismo modo, el amo aprende a comprender el significado de los gestos de su perro. Por ejemplo, yo sé que Febo me muerde para pedirme cosas, del mismo modo en que los bebés lloran a sus madres para hacer lo mismo. Al principio no sabía por qué lo hacía, pero con el tiempo comprendí que en cuanto le daba de comer, le ofrecía agua o le abría la puerta, sus mordidas cesaban. También puedo saber cuando se encuentra incómodo o harto. A veces sólo basta con una mirada o la observación de su caminar para que lo sepa. Quizás es debido a esta capacidad de diálogo entre perros y hombres que el perro es considerado su mejor amigo. Sé que Febo es el mío al menos, o está a la mitad de camino de serlo.
10 de diciembre de 2019.
Daniela Isabel De La Fuente Esquinca, nacida en Cárdenas, Tabasco, reside actualmente en Xalapa, Veracruz, donde cursa la licenciaturas en Lengua y Literatura Hispánicas dada por la Universidad Veracruzana.
Comments