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  • pergoladehumo

Amanda en todas partes

Nadroj Zedrig


El cementerio queda en la siguiente parada, la que viene justo después de este árbol hecho del torso de Amanda, sus ramas son sus brazos esbeltos y las hojas sus cabellos color lima, pero aroma a miel. Me paro de mi asiento que es una de sus muelas. Llego hasta la puerta trasera sorteando los bruscos vaivenes del bus. Me agarro de uno de los fémures que cruza el bus de arriba a abajo, es tan frio como el metal que alguna vez fue antes de convertirse en este hueso macizo. Lo recorro con mis yemas pálidas mientras me sostengo de él, cercano a la mitad del fémur un pezón atravesado por un piercing, su carnosidad es suave, aunque presenta una ligera resistencia. Se siente cálido, a excepción del arete, aquel sutil acero le da un golpe de frío a mis dedos tristes. Ese era uno de mis piercings favoritos de Amanda junto con los de sus clavículas. Lo presiono y el bus cesa su marcha, los dos omóplatos se abren permitiéndome ver la calle blanquecina hecha de huesos también; desciendo del bus sin dar gracias. Amanda, ¿Cómo voy a exiliarte de mi memoria si tú defines mi realidad?

—¿Me prometes que nunca me abandonarás? —le dije al oído, me gustaba decírselo cuando estábamos en la cama. El recuerdo se siente tan vivo en mi cabeza, tan nosotros, tan blanco.

—Ya te lo prometí ayer pos, dos veces —me respondió con su voz ahogada en mi pecho, dejándose abrigar por mi brazo envolvente.

—Prométemelo igual.

—Pero si sabes que no te abandonaré—estas memorias siempre llegan a mi mente sobrecargadas de color blanquecino, con un olor intenso a neumático quemado.

—Si me abandonas te prometo que me mataré —le dije en respuesta. Ella nunca contestaba esta declaración—. Y lo digo en serio, sabes que soy capaz de hacerlo—Amanda sólo levantó su cabeza y me miró con ojos agotados, en ellos pude oír su voz, suplicaba que por favor dejara de decir esas cosas.



Ninguno de los dos cumplió sus promesas, por eso vengo hoy a visitarla a su sepulcro, vengo a cumplir mis votos de amor. Camino por la calle ósea del cementerio, la brisa amarga de las tumbas abiertas es un buen último desayuno. A mi costado se elevan los mausoleos de carne y piel, el más grande es el abdomen de Amanda en todo su esplendor, sólo su abdomen. Tiene cuatro pilares que son sus brazos, uno en cada esquina. Son el brazo derecho, lo sé porque en todos veo el tatuaje de Baphomet dentro del pentagrama; si hubiera sido un escarabajo enjoyado entonces sería el izquierdo. Avanzo luchando, arrastrando mi pesadumbre, dejando que el sol calcine mi frente desnuda y mis hombros angostos. Cargo en mi mano lo que alguna vez fue mi navaja preferida, ahora es la falange anular de Amanda; le voy dando ligeros golpes en la parte del filo, al ritmo conocido de nuestra canción favorita: tac tac tactactac, tacatacatacatac tac tac tac. Amanda tocaba ese riff varias veces al día, con su guitarra eléctrica color copo de nieve, con ese tema soltaba la mano solía decirme. Siempre fue fanática de la música pesada. Yo me sabía todas sus bandas favoritas, las vi en su perfil de redes sociales y me obligué a escuchar cada una de ellas hasta que me gustaron. Lo hice dos meses antes de atreverme a agregarla y hablarle. Amanda sonreía con toda su alma cuando descubría otro gusto en común y yo sentía como si el cosmos viviera en su boca, tan seductora, tan Amanda. Cuando la recuerdo incluso su voz tiene un tono blancuzco.

—Sólo sabes tocar las mismas canciones y así dices ser la mejor guitarrista del mundo. —La molesté desde el otro de la habitación. Amanda estaba frente a mí, tocando su guitarra, con su vista enterrada en la música que nacía de sus manos.

— ¿Para qué quiero tocar cosas que no me gustan?

—Por eso me encantas, porque tienes buen gusto.

—Lo sé. —Dejó su guitarra de lado y se acercó a mí— además, ¿Que podría tocar? ¿Pop? El pop me produce ganas de vomitar, no entiendo para qué tienen las guitarras si están enterradas en la mezcla, mudas casi. —Mientras me lo decía se envolvió sola en mis brazos como si fuera una bailarina lunar—. Y baladas románticas no tocaría ni aunque me pagaran y mira que yo amo la plata —se paró en la punta de sus pies y endulzó mis labios con los suyos.

—Me gusta cómo te ves así, desarreglada —le dije observando su pelo caótico, admirando el sudor brillar en su cara, dejándome embriagar por su palidez, sus imperfecciones y por sus pestañas decaídas.

—No me quiero arreglar, total no voy a salir, ¿Quién me va ver? Nadie pos. —En ese instante la besé sin otro motivo que la alegría. Saber que ese día ella existiría sólo para mí, eso era felicidad.


La caminata se hace larga pensando en su ausencia abrupta. Camino entre las lápidas hechas de sus uñas, con sus diseños de cruces invertidas que poetizaban la muerte. Desde el suelo dérmico crece el vello de Amanda y en ellos percibo minúsculos dedos de Amanda, cada uno con muchas patas conformadas por dedos también, marchan en fila recta mientras cargan pequeños fragmentos de Amanda.

Aquel día fue sólo un segundo, un sólo instante de ese fatídico 3 de enero de 1996, a las 14:55. Amanda caminaba distraída varios metros delante de mí, enojada por algo. Intentaba reflexionar qué parte de la discusión que tuvimos acerca de su primo le molestó, de seguro ella iba pensando en lo mismo o quizás tenía los ojos nublados por las lágrimas. Siempre pensé que era imposible no escuchar el rugido interminable que hacen los camiones al moverse. El impacto fue extraño, en vez de lanzarla por los aires el camión le pasó por encima, las vueltas interminables de la rueda la absorbieron por completo, a medida que Amanda giraba su imagen se revolvía, su cuerpo se combinaba consigo misma en formas confusas. Amanda salpicó por todas partes, en mi cara había Amanda, su sangre carmín pintó mi rostro, migajas de su carnosidad se adhirieron a mi piel. No quería mirar su retorcimiento, pero no importa donde desviara mi vista, salpicó por doquier: paredes, vidrios, berma, otros automóviles. Amanda en todas partes. En todo mi mundo había Amanda. Mi mundo Amanda.

Al llegar a su tumba veo su foto, siento esa imagen dentro de mi cabeza. El recuerdo es tan blanco que no lo soporto ya, es un blanco que calcina y ese olor a neumático…

—Gracias por volver —le dije mientras ella estaba apoyada en la pared, con sus manos tras su espalda y la cadera adelantada. Miraba fijo el lente de mi cámara, su cara parecía querer derretirse.

—Esta es la última vez, en serio. —No sonrió al decírmelo, pero en su voz si noté una alegría sensual, en la profundidad de su garganta sé que esas palabras las dijo con aroma a sonrisa. Yo lo sé.

Arriba de la foto está escrito con pelos el nombre de Amanda y al lado de la foto hay dos velas de carne de encías. La hora ha llegado. Mis lágrimas presionan contra mis párpados, cargo la falange anular contra mi manzana palpitante, la cual escapa hacia arriba y abajo contra mi voluntad. Miro al cielo rojizo, habitado por nubes de sesos. Amanda. El filo del hueso comienza a hervir contra mi carnAMANDAe. Recuerdo la calidez de su mano contra la mía y de los besos largos contra su frenAMANDAte. Caigo de rodillas con la cara enterrada en la vellosidad de mi AMAnDA despedazada. ¿Y si al morir no me reencuentro con ella? La sola idea de no volver a verla jamás me inunda con rAMANDAbia. Amanda. Tomo el cuchillo y comienzo a escarbar la carne, su cuerpo aún yace pudriéndose debajo. Necesito verla una vez más, aunque sólo sea un compendio caótico de carnes, necesito un último beso de su calor para encontrar la valentíAMANDA y cometer este acto. El cuchillo pierde filo por el esfuerzo y comienzo a hacerlo con mis manos desnudas, escarbo y mis uñas se llenan de restos carnosos de Amanda. Llego a un féretro macizo de hueso amarillento, abro la tapa con mis brazos agobiados. Mis ojos ven entonces una bolsa de piel palpitar, es como si fuera un corazón, pero no lo es, es un útero. Su pum pum incesante me llAMANDAma, late al mismo ritmo que nuestra canción favorita e incluso puedo escuchar la voz de Amanda gemir en mi oído, una invitación mesmerizante que me envicia tanto como la sedosidad de aquel órgano bendito. Rajo la bolsa vital hasta entrar por completo y me sumerjo en el líquido AMANDAbstracto. La piel del útero comienza a hilarse de nuevo como si una araña espectral tejiera todo de vuelta a como era AMANDAntes... a como era antes… a como era antes.


***

—Sé que ahora vengo al cementerio una vez a la semana, no tres como antes. No es porque no quiera verte, es por culpa de esta realidad horrorosa. El aroma es feo y todo parece estar siempre mojado. Quiero creer que tú tienes algo que ver, haber despertado frente a tu tumba no puede ser una coincidencia pos, aunque no sé cómo llegué allí. Recuerdo el impacto del camión, un dolor desgarrador y lo siguiente fue pura oscuridad; sin luz al final del túnel, sin ver mi vida pasar frente a mis ojos, nada, me apagué y ya.


»Debo admitir que me calma mucho venir a verte. Eres la única persona con la que me atrevo a conversar acerca de esto, de porqué el mundo está hecho de tus órganos. Intenté contárselo a Carolina, pero ni siquiera recuerda que yo haya sido atropellada. Encima la semana pasada me dijo que… no, mejor no te lo cuento, hoy no vine a hablar de cosas tristes, al contrario, estoy súper contenta porque hace menos de un mes vi un árbol con tronco de madera y hojitas verdes, también vi un bus de fierro y lata, aunque me dio miedo subirme, sentí un vació en el corazón como si estuviera viendo un fantasma, qué estupidez. La próxima vez que vea uno prometo tomarlo. Ah, y lo más importante de todo: mi guitarra al fin volvió a ser normal como antes, ya no está hecha de cartílago ni las cuerdas hechas de tus nervios, ¡mi blanquita, tan preciosa! No sabes la tranquilidad que eso me ha dado. A veces cuando hablo con personas me siento un poquito más feliz, pero tú sabes que no soy buena para socializar pos; estoy trabajando en eso, a pesar de que tú decías que no era necesario, que teniéndote a ti bastaba… pero bueno.

»Ya me tengo que ir. Hoy no te toqué ninguna canción, no quiero ni sacar mi guitarra por miedo a que me la roben o no sé. Prometo que la semana que viene si la traeré y te tocaré nuestras canciones favoritas, quizás te toque unas baladas románticas, aprendí a tocar algunas en un taller de baladas al que me inscribí hace cinco semanas atrás. Bueno, te veo la próxima semana. Te quiero un montón, Chao.


Me identifico como Nadroj Zedrig. Soy de Chile y tengo 26 años. Soy una persona neurodivergente, encontré en la literatura una forma cómoda de expresarme a mí mismo, dado que no desarrollé bien mis habilidades comunicativas ni tampoco comprendo bien las relaciones interpersonales. Eso afectó mi forma de leer y escribir, por ende, siempre intento trasmitir a través del formato de los cuentos además de con las palabras, como se puede ver en este relato. Agradezco la oportunidad de visualización que entregan, estoy recién empezando en mi camino.


Ilustración Bonifacio Contreras Tovar

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