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Pastiche


Dianna Castañeda


Cuando Eurídice salió del infierno por primera vez, Orfeo no volvió la vista atrás, no perdió ni un segundo en detenerse. Corrieron desnudos hacia el paraíso de ninfas y nueces, manaron de sus mieles, tocaron el olimpo, se amaron vorazmente.

La caída fue muy dura, pero supo reponerse; quizá una pesadilla, quizá la tosca muerte la regresó al inframundo. Hades la sentó de nuevo en su banquete, le repitió las condiciones de su suerte. Pero Orfeo ya no era el mismo, algo se había ido para siempre.

La miraba desde la pradera, no podía cruzar el Aqueronte, había olvidado la moneda, la lira y la canción favorita del cerbero. El río de almas era ahora un río de dudas arrastrándolo hacia el estero.

Ella lo supo todo de repente: amar es un arte que se ejerce de frente, sin protagonismos; era su turno de dar lo mismo. Burló la astucia de Caronte y robó su balsa; navegó los rápidos hasta encontrar a Orfeo en el tártaro sin horizonte.

No quedaba otra salida, él no resistía las heridas, encontrarían el sol en las aguas del Lete, aunque empeñasen la memoria.

Cuando Eurídice se sumergió con Orfeo en brazos, entendió de sacrificios y de gloria. Una tranquilidad luminosa disipaba las tinieblas de su alma: su historia jamás terminaría; sólo se postergaba el reencuentro, ese abrazo que los uniría quizá dentro de mil años, quizá la mañana del siguiente día.



Orfeo conduciendo a Eurídice fuera del infierno, Jean Baptiste Camille Corot


Dianna Castañeda (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 1997). Egresada de la Facultad de Letras, UV. Publicó un par de libros de poesía en su ciudad natal (2010 y 2012). Interesada en la poesía, el teatro, la traducción literaria y la docencia. Se ha dedicado a la gestión cultural y a la difusión radiofónica.








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