Enna Osorio Montejo
Mujer de ojos rojos
I
Nunca supe de sus cantos íntimos y no me hará bien saber de su receta, que mengua los dolores del vidrio y el asombro, porque el vello profuso de su cuerpo abrazando al mío es telaraña rubia sin reliquias; pero el jarrón de agua fresca en el centro de mi mesa, como estuvo sin falta en la suya, adivina claridades.
Ana María de vientre dulce, rotundo, tenía voz de papel y con ella tapizó las paredes de la casa al cobijo de un gran árbol; también un timbre color acero para sus escasas palabras que degollaban. Mi cuerpo la recuerda por las marcas que le dejó una mañana, cuando la fiesta familiar abandonó a los niños con hambre y a los adultos ebrios. Al llegar de puntillas me sorprendió en busca del dulce de leche.
−Ya te dije que no hay y, si lo encuentras, no es para ti.
Nunca supe de sus cantos íntimos y tampoco me hará bien saber de su fórmula para el enervamiento de peces en el estómago, ni de la llave con que guardó en su ropero las almas de asedio capturadas en cajas como moldes de familia.
Ana María de vientre abultado tenía la voz original de una santa imposible; con ella el cáncer, verruga de su vientre, y el frutero repleto de bendiciones que pretendo en mi mesa.
Nunca tuve sus cantos
y me hará bien saber.
II
Su casa no fue fría por la pobreza
Su casa no fue para mí
Me pertenece
el último impulso de su entraña
Con la voz de pájara Anamaría
aprendí a brincarvolar
caer
l
o a
brincar v r
porque entre los pulmones llevo
la aguja mareadora de las aves
III
−La clave es estar dispuesta a perderlo todo
en cualquier momento.
Es lo que va a suceder.
Y yo que nací de un puñado de reinos.
La historia escrita a color se deslavó en todos los matices del gris.
Mi estómago, también deslavado, roído de tanta bilis.
−No te quedes haciendo pucheros como una rana
en los charcos de la luna.
Es tiempo de que te hagas mujer.
Y yo que nací de un puñado de reinos…
Una vez roto el cascarón de los sueños,
como cantó Ana María, no hay vuelta atrás.
Porque los pájaros mueren
y quedan los críos.
La molienda
Soy vela abandonada en el altar,
canica que rodó más lejos para perderse entre la hierba,
palillo chino bajo la cómoda de ébano,
resignación de piedra.
Una tarde tuve que rescatar el dedo índice de mi hermano
enredado en la cadena de un columpio;
lo hice desde el miedo porque con él
señalaría su mundo.
Salí de la casa al olvido de las muñecas
tras cortarle la frente a mi hermano con unas tijeras:
se movió cuando pretendí emparejarle el flequillo.
Soy vela que se extingue.
Mi nombre era mafia de mujeres que sabían del polvo
por la molienda de huesos para la porcelana.
En el juguetero las figuras de bone china
descansan.
Soy humo de una vela.
Fotografía: Emily Goodhart, Unsplash
Enna Osorio Montejo radica en la ciudad de Oaxaca. Estudió la Licenciatura en Humanidades en la Universidad de las Américas, Puebla. Ha publicado en diversas revistas literarias como Cantera Verde; Albedrío de la UNAM; Luvina, Revista Literaria de la UDG; Círculo de Poesía; y Avispero, publicación donde pertenece también al consejo editorial. Ha participado en varias antologías: Poemas para un poeta que dejó la poesía (El Financiero ediciones), Desde el fondo de la tierra, poetas jóvenes de Oaxaca (Editorial Praxis), Cartografía de la Literatura Oaxaqueña Actual II (Editorial Almadía), Asamblea de Cantera, 25 Años (Cantera Verde Ediciones), Como si estrechara tu cuerpo (Dilema Ediciones), entre otras. Becada por el FONCA en el Programa Jóvenes Creadores 2011-2012. Pertenece al Mapa de escritoras mexicanas contemporáneas.
Commentaires