Amé
Daniela de la Fuente*
Una vez amé a una mujer
que no conocÃa.
La amé, sobre todo, porque la envidia
no era suficiente.
La amé a solas, entre los rayos de sol
que rasgaron la superficie
del agua,
entre sueños roedores,
en el centro del silencio, de puntillas,
sin atavÃos ni adornos que distrajeran
de las formas
de sus lÃmites,
alejada de la orilla, en la deriva.
La amé a oscuras, ausente,
escurridiza.
La amé pez inatrapable, casi imperceptible,
inaprehensible
para mi cognición.
La amé por un reconocimiento en la sombra,
por la transfiguración de la luz
en el trino de un ave.
La amé porque es la única respuesta lógica
ante la lluvia que cae
en tierra yerma.
Ojos de leche
Para Alberto
Crecimos en una casa grande
como el vientre de una madre,
donde por las noches, verdes y gordos
cantantes de ópera
eran acompañados por una orquesta de camarita,
y el suelo se convertÃa en cielo diminuto
por el salpicado de estrellas que aleteaban.
En la entrada de aquella casa,
bajo llorosos árboles amarillos,
dormÃan murciélagos tÃmidos,
cuidadosos de no romper
con la tranquilidad de la infancia.
Por entonces el dÃa quemaba más dulce,
por las ventanas entraba el olor de los limones
y algunos copos de sol;
mi hermano y yo nos tirábamos al piso
para ser besados por la luz
y gente invisible se partÃa de risa
escondiendo en nuestras bocas una sombra de gracia.
Nuestros ojos solÃan estar llenos de leche
y yo creÃa que un dÃa nos serÃa descubierto
el secreto de las hadas,
oculto en los esqueletos de libélulas,
sospechando que para las inocencias despiertas
esto nunca sucedÃa.
Nos gustaba andar descalzos y examinar orugas.
Éramos investigadores de una ciencia desconocida;
por eso yo preguntaba a los adultos
sobre sus ceños fruncidos, espaldas jorobadas
y otras cuestiones dogmáticas,
mientras él, tomando apunte, reÃa mi falta de elegancia.
Cuánta tristeza me da que hoy seamos los adultos,
el antiguo objeto de estudio,
a quienes preguntan por estos temas sus sobrinos.
Ya nada queda en aquella casa, más que polvo
de crisálidas, el eco de unas cuantas risas infantiles,
pinturas rupestres hechas por pequeños monos
y telarañas que cubren los in-usados juguetes
que dejamos olvidados cuando nos fuimos.
Daniela Isabel De la Fuente Esquinca, nacida en Cárdenas, Tabasco, actualmente reside en Xalapa, Veracruz, donde cursa la licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas, dada por la Universidad Veracruzana.
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