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Amé/ Ojos de leche

Actualizado: 13 feb 2020

Amé

Daniela de la Fuente*

Una vez amé a una mujer

que no conocía.

La amé, sobre todo, porque la envidia

no era suficiente.

La amé a solas, entre los rayos de sol

que rasgaron la superficie

del agua,

entre sueños roedores,

en el centro del silencio, de puntillas,

sin atavíos ni adornos que distrajeran

de las formas

de sus límites,

alejada de la orilla, en la deriva.

La amé a oscuras, ausente,

escurridiza.

La amé pez inatrapable, casi imperceptible,

inaprehensible

para mi cognición.

La amé por un reconocimiento en la sombra,

por la transfiguración de la luz

en el trino de un ave.

La amé porque es la única respuesta lógica

ante la lluvia que cae

en tierra yerma.




Ojos de leche

Para Alberto

Crecimos en una casa grande

como el vientre de una madre,

donde por las noches, verdes y gordos

cantantes de ópera

eran acompañados por una orquesta de camarita,

y el suelo se convertía en cielo diminuto

por el salpicado de estrellas que aleteaban.

En la entrada de aquella casa,

bajo llorosos árboles amarillos,

dormían murciélagos tímidos,

cuidadosos de no romper

con la tranquilidad de la infancia.

Por entonces el día quemaba más dulce,

por las ventanas entraba el olor de los limones

y algunos copos de sol;

mi hermano y yo nos tirábamos al piso

para ser besados por la luz

y gente invisible se partía de risa

escondiendo en nuestras bocas una sombra de gracia.

Nuestros ojos solían estar llenos de leche

y yo creía que un día nos sería descubierto

el secreto de las hadas,

oculto en los esqueletos de libélulas,

sospechando que para las inocencias despiertas

esto nunca sucedía.

Nos gustaba andar descalzos y examinar orugas.

Éramos investigadores de una ciencia desconocida;

por eso yo preguntaba a los adultos

sobre sus ceños fruncidos, espaldas jorobadas

y otras cuestiones dogmáticas,

mientras él, tomando apunte, reía mi falta de elegancia.

Cuánta tristeza me da que hoy seamos los adultos,

el antiguo objeto de estudio,

a quienes preguntan por estos temas sus sobrinos.

Ya nada queda en aquella casa, más que polvo

de crisálidas, el eco de unas cuantas risas infantiles,

pinturas rupestres hechas por pequeños monos

y telarañas que cubren los in-usados juguetes

que dejamos olvidados cuando nos fuimos.





Daniela Isabel De la Fuente Esquinca, nacida en Cárdenas, Tabasco, actualmente reside en Xalapa, Veracruz, donde cursa la licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas, dada por la Universidad Veracruzana.


Photo by Luis Galvez on Unsplash


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