Gerardo Daniel Jiménez
i. aqua alsietina
Qué si todas las palabras dibujan el mismo túnel cabizbajo.
Ando como un lentísimo diluvio;
tengo la mirada de unos cerros ambulantes a lo lejos.
Soy la casa constante del caballo, del tordo
los demonios del judaísmo, el petirrojo, la araña
las hormigas, la fauna de los espejos, los animales icosaédricos
y los saltimbanquis desolados en altos acueductos umbríos.
También a mí vienen los cuervos
a arrancarme la comida de la boca.
No busques constelaciones en mi viruela
mi anemia; yo desapareciendo; la muerte dibujando árboles,
trazamos una senda entre dos soles apagándose.
ii. jacarandas
Minerva anda sonámbula por los más frágiles puentes de madera
¿qué palabras diluye en el rumor del agua?
¿y cuáles dentro de las cuentas de su rosario amnésico?
En el transparente puente de sus meditaciones oníricas,
se sienta a arpegiar la memoria de sus ancestros y los míos.
Suenan como una alameda pensativa que volviera a derrumbarse
sobre ríos casi secos, llenos de titilantes ciudades
Ella escribe de nuevo los desiertos
con las palabras de todas las novelas antiguas:
“Ah el azar fallido de sus alfabetos”
se lee desde el otro lado de sus ojos neblinosos.
El mundo nos escribe con palabras más sabias
y aun así nos borramos como a una luna en la arena.
iii. Al teléfono
Era como si a través de todas las tormentas
pudiera escuchar el susurro de dos voces
que me hacían avanzar por direcciones opuestas,
¿cabría esto como una explicación?
A veces me parece que todas las tempestades son un laúd más del polvo.
He llegado a cierta edad sólo como un parque hecho pedazos:
no sé qué cantaré después.
No sabría deletrear exactamente
la angustia que todo esto me suscita.
Mientras tanto Ágata me cuenta
que su sobrina casi se fractura el tobillo en una clase de basquetbol.
Aquí me gustaría decir algo como:
“me siento como un oleaje de lunares muy cansados”
pero no sería demasiado falso.
Me quedo mirando unos mechones sueltos del tapiz.
Llevamos aquí no sé cuántos… a veces no sé qué día es hasta muy tarde.
Pero ahora Paula comienza a platicarnos
de unas imágenes que descarta distraída con los dedos.
Me gustaría estar en una tierra lejana
ganándome la vida leyendo el futuro
en los residuos de las tazas del café.
Estafaría a todos los turistas con rimas italianas viejísimas.
Me creerían ingenioso.
Tan solo de propinas ganaría más a la semana
que aquí todo el mes en la taquilla de la terminal autobusera.
Intercambiaría correspondencia con damas extranjeras
como gente de hace muchos siglos.
Me acuerdo de una vez que Paula y yo
nos quedamos oyendo a un saxofonista
tocando de madrugada en una avenida,
porque nunca supimos dónde estaba la calle a la que íbamos.
Ahora nos quedamos viendo el tiempo
pasar en vasos de agua de Jamaica
que nos servimos sólo por hacer algo.
A veces me ponía detectivesco conmigo mismo
pero al poco rato el forcejeo perdía tensión,
escuchaba los acordes que me faltan de la cotidianidad,
repitiéndose incesantemente, pero nunca como la primera vez.
Ahora escucho la misma música triste
marchitándose en nueve televisiones antiguas.
Escucho lo que unas macetas cuarteadas
dicen sobre las cenizas y los puentes y los párpados
que nos dibuja la sangre seca en la ventana.
Hablo y hablo, pero del otro lado de la película
los subtítulos escriben cosas que yo no digo en un idioma que no existe.
Cuando hablo de una lámpara quebrándose
en la pantalla aparecen frases sobre un balcón nublado
donde nos miramos como a los niños muertos que seremos algún día.
Si dibujo en el espejo un reloj
allá afuera sólo se ven dos criminales navajeándose en un callejón.
No sé tampoco adónde va la cinematografía que me envuelve.
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Ilustración Irina Tall
Gerardo Daniel Jiménez (Aguascalientes, 1994). Es maestro en Literatura Mexicana por la Universidad Veracruzana. Ha publicado poemas en diversas revistas como Letras Libres, Replicante! y Cultura de Veracruz. Es editor de la revista literaria La madre oculta.
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